1918, el final de la I Guerra Mundial fue un trauma para millones de europeos. El nuevo mapa político europeo diseñado por los vencedores descompuso Naciones e Imperios y modificó o formó Estados nacionales artificiales y anacrónicos.

1945, la II Guerra Mundial ahondó aún más el problema. Los dos Imperios económicos y militares vencedores se encargaron de diseñar en Yalta una Europa dividida y enfrentada a semejanza del Medievo. Francia y Alemania fueron las dos grandes potencias continentales relegadas al vasallaje de los ganadores, pero el mayor problema de ambas era que sus respectivas poblaciones seguían minadas por el chovinismo y nacionalismo ideológico excluyente. En el corto período de 70 años, los dos países vecinos se enfrentaron en tres guerras, las dos últimas fueron "guerras totales", denominación que se dio a la "guerra moderna". El enfrentamiento ya no era entre ejércitos en el campo de batalla o en los océanos, la guerra estaba en todas partes, también en las ciudades y en los puertos y en ella participaba la población civil como escudo humano, moneda de cambio y arma psicológica.

2018, la Unión Europea sigue estancada como proyecto económico y monetario, no despega como realidad política y social. Los ciudadanos europeos desconfían de las Instituciones europeas porque no se sienten protagonistas de las políticas de la Unión, pero también saben del peligro que conlleva el hipotético fracaso de la UE y su desaparición, aunque ese miedo es compartido cada día por menos ciudadanos y puede convertirse en el mayor enemigo de Europa. Los ciudadanos más jóvenes desconocen los motivos que llevaron a crear el Mercado Común Europeo, y por tanto, no pueden imaginar el peligro que supone volver a las políticas proteccionistas de los Estados nacionales, y a las que los europeos más viejos recuerdan con pánico. Las dos Guerras Mundiales del S.XX dejaron 100 millones de muertos y por partida doble Europa quedó devastada, aunque Europa siempre se levantó de sus cenizas. Pero el odio, el rencor y las ganas de revancha entre países y ciudadanos vecinos permanecen latentes.

El Mercado Común Europeo nació después de la II Guerra Mundial para reconstruir Europa pero también para curar heridas y no repetir los 100 millones de muertos. La iniciativa se atribuye a ciertos políticos y países. Lo cierto es que la creación de un espacio común para la industria del carbón, hierro y siderurgia, pilares para la reconstrucción europea, "sometió" a los Estados nacionales a una autoridad supranacional que tomaba las decisiones por consenso o por mayoría de los Estados miembros. La autoridad supranacional zanjaba los enfrentamientos comerciales bilaterales.

Del Mercado Común a la Unión Europea han pasado muchos años, muchos países protagonistas se han ido agregando y muchas competencias se han traspasado de las autoridades nacionales a la del Consejo y Comisión Europea. Sin embargo, la UE sigue siendo un "club" voluntario de naciones sin obligación de permanencia, dónde las Instituciones democráticas son más simbólicas que de participación real de gobierno. El Sistema Político Europeo no es democrático y está hecho por y para las multinacionales. La economía de la Unión Europea depende de la financiación de los "mercados prestamistas" con sede en los Paraísos Fiscales". Estos nuevos prestamistas usureros de los Estados del S.XXI son los Holdings empresariales con licencia internacional para chupar el beneficio de todas las actividades económicas globalizadas y almacenarlo en los Paraísos Fiscales. Por otra parte, esta dependencia es lógica puesto que algunos historiadores atribuyen la creación del espacio común europeo a las Corporaciones industriales de aquella época, precursoras de las actuales multinacionales. Estas se instalaron en Bruselas en la década de los años 50 para ejercer de Lobby acerca del Poder europeo.

A pesar de las críticas de toda índole, primero el Mercado Común y después la Unión Europea han cumplido con nota alta las expectativas fundacionales: el nivel de vida de los europeos es de los más elevados del mundo y Europa nunca ha disfrutado de tantos años seguidos de paz. Por tanto, si la UE es deficitaria en democracia y los europeos no hemos conseguido la unión política y social, los motivos debemos buscarlos en otra parte.

Los protagonistas políticos en los Estados nacionales son los partidos políticos, mientras que en Bruselas son los Gobiernos de los Estados miembros, es como si hubiese habido un Acuerdo tácito para repartirse el tablero de juego político. Los partidos se quedan con las políticas nacionales y se reparten las parcelas locales de poder, y los Gobiernos, llevados de la mano de los lobbies globalizados, tienen vía libre para manejar la macroeconomía y sus políticas neoliberales. De lo contrario no podría entenderse que en las elecciones nacionales de todos los Estados miembros, las campañas electorales estén en clave de política nacional. Ningún partido europeo se aventura a cuestionar el Sistema Político Europeo. Sólo cuando ciertas clases acomodadas ven peligrar su estatus privilegiado, ciertos partidos políticos alzan las banderas nacionalistas contra la UE, la globalización y dentro de su propio Estado, incluso abusando del nacionalismo excluyente, enemigo mortal de la Unión Europea, de la unidad interna de los Estados y de la paz.