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Arreglar las ventanas rotas

Desde hace tiempo, Alicante necesita con urgencia arreglar sus ventanas rotas. No valoramos la importancia de llevarlo a cabo ni la contribución que tendría a detener e invertir el deterioro de la ciudad. Es algo que desde hace años no afrontan los gobiernos municipales, que fue incapaz de hacer el tripartito y que, me temo, tampoco comprende bien el actual Ayuntamiento dirigido por el popular Luis Barcala. Y no hablamos de las ventanas de la casa consistorial o de los edificios municipales, ni mucho menos, sino de otras ventanas mucho más importantes.

En el mundo de la psicología social y de la sociología urbana existe una importante teoría elaborada por los investigadores del comportamiento George Kelling y Catherine Coles, publicada por primera vez en el año 1982 que dio pie a un famoso libro publicado quince años más tarde. Su nombre es precisamente «La teoría de las ventanas rotas». Sostiene que mantener los entornos de las ciudades y espacios públicos limpios, cuidados y en buenas condiciones provoca automáticamente una disminución del vandalismo y la criminalidad, evitando que se produzcan daños, frenando su deterioro, al tiempo que mejora el clima social. Los autores de este libro desarrollaron el siguiente experimento: cuando en un edificio hay una ventana rota y pasa el tiempo sin que se repare, los vándalos no tardarán en romper más ventanas, de manera que a medida que se destrocen otras muchas, si el edificio está abandonado será ocupado y será progresivamente dañado. Las ventanas rotas que permanecen así durante mucho tiempo envían el mensaje de que ahí no vive nadie que cuide del edificio. Lo mismo sucede en una acera en la que se amontonan la basura y la suciedad, ya que a medida que éstas se acumulen, la gente no tendrá reparo en manchar, ensuciar o arrojar desperdicios allí donde ya los hay. De esta forma, según estos autores, una buena estrategia para evitar que la ciudad se deteriore, para frenar el vandalismo y aumentar el cuidado de las calles y edificios, pasa por arreglar los problemas cuando son pequeños, tratando de mantener un cuidado y una limpieza que frenen a aquellos que mantienen actitudes incívicas o vandálicas, movidas por el mal estado de edificios, paredes, aceras, parques y jardines.

El impacto de esta teoría fue de tal naturaleza que llevó al Departamento de Tránsito de Nueva York a contratar a Kelling, quien puso en marcha un novedoso plan para cuidar y mantener la ciudad, conteniendo el grafiti de las paredes, aumentando la limpieza y mejorando el servicio de recogida de basuras, al tiempo que cambiaba el sistema de limpieza del metro de la ciudad y se catalogaban los edificios en mal estado para reclamar a sus propietarios que los mantuvieran de forma adecuada. Todo ello, además, se acompañó de un plan de «tolerancia cero» hacia el vandalismo y las conductas incívicas. El resultado fue una importante disminución en la tasa de criminalidad y un menor deterioro en las calles, paredes y edificios.

Es cierto que otros investigadores han señalado que estas medidas tienen que ir acompañadas también de dispositivos sociales, mejora en el acceso a la vivienda, un abanico amplio de recursos dirigidos a las mujeres y una política de atención urbana bien planificada, pero la «Teoría de las ventanas rotas» contiene una importante llamada de atención a las razones del efecto contagio en las conductas incívicas y la necesidad de cortar de raíz su avance en las ciudades.

El mensaje que la suciedad, el abandono y el vandalismo en nuestras calles envía es que una vez que todo ello avanza sin control supone una invitación a que el deterioro se extienda, a veces a una velocidad sorprendente. Y es algo que vemos cada día. Cuando aparece una pintada en una pared no tardan en parecer otras nuevas con rapidez, hasta hacerla irreconocible. Cuando existe un foco de suciedad que se mantiene con el tiempo, la basura y la inmundicia aumentan como por efecto contagio. Si un parque aparece descuidado, marchito o seco, no tardará en ser pisoteado y maltratado. Cuando hay mobiliario urbano roto se impide que lo usen muchas personas a medida que aumenta el deterioro a su alrededor.

Pero esta teoría de las ventanas rotas podemos también extenderla a otros comportamientos éticos, sociales y políticos. Cuando se relaja el cumplimiento de las normas, se justifican irregularidades, no se da importancia a cometer fraudes fiscales o a disponer de dinero negro, cuando se elude el pago de impuestos y obligaciones tributarias, cuando se mantienen descuidados los edificios, las viviendas, las zonas públicas, cuando las empresas no respetan la legislación laboral y los derechos de los trabajadores o incluso, cuando no se trata adecuadamente a la gente, también se está incitando a un deterioro.

Los ciudadanos tenemos una responsabilidad importante en detener y evitar conductas incívicas. Las instituciones, por su parte, en cuidar, mantener y proteger el patrimonio público. Y las autoridades tienen también que vigilar y actuar contra ese vandalismo que daña nuestras ciudades y deteriora nuestra convivencia. ¿Lo entenderán nuestros responsables municipales?

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