Un programa de Cuatro TV se inició hace unos años con cuatro políticos jóvenes a los que se les suponía un futuro prometedor. A saber, Pablo Iglesias, Albert Rivera, Pedro Sánchez, y el más pipiolo, un tal Pablo Casado. Bingo. Serán los candidatos a la Presidencia del Gobierno en las próximas elecciones. Esas elecciones las quiere Rivera ya; y Sánchez cuanto más tarde mejor. Quién sabe. En un país capaz de cambiar todo el decorado humano en una semana es casi imposible hacer pronósticos. Que se lo digan a Rajoy. O mes y medio después a Soraya. De vicetodo a vicenada. Aunque de momento resiste las ofertas de empresas privadas, Soraya ha decidido quedar fuera de la dirección del PP porque no se le ha aceptado su envite: si sacó el 43 por ciento de los votos quería el mismo porcentaje de poder. Parece lógico, pero no lo es. Resulta que no había ganado y que su propuesta suponía cambiar las reglas. Ella no tendrá problemas en el futuro, dentro o fuera de la política. Es persona de gran inteligencia y preparación. De algunos que la acompañaron y ahora están en la calle queda la duda de si serán capaces de vivir con algún poder fuera de la política. Aunque el PP siempre ha sido partidario de las amnistías -las fiscales preferentemente- no se ve viable de momento la recomposición. Núñez Feijóo apuesta por la estabilidad, o sea, por cerrar filas con el que ganó la presidencia, y Cospedal se conforma con haber colocado a Dolors Montserrat como portavoz en el Congreso. Empieza el invierno sorayista.

Fue revelador que Pablo Casado se moviera por el congreso del PP con Adolfo Suárez Illana como si fuera un escolta; un escolta centrista que corregía la imagen derechista derivada de su cercanía a Aznar. El domingo venció y el martes estaba Aznar sentado en la sede de la calle Génova. Sin complejos. Mejor para Rivera, porque podrá hacerse con un espacio entre PP y PSOE.

Hace unos pocos años publiqué el libro Adolfo Suárez, el presidente inesperado de la Transición. Para presidente inesperado, Pedro Sánchez. Y para presidente inesperado del PP, Pablo Casado, como sorpresa fue en su día Zapatero, líder del PSOE. Pero Sánchez también quiere ser Suárez, aunque sea Rivera el que más lo cite y proclame su admiración; e incluso, en cierto modo, Pablo Iglesias por cuanto quería liderar otra transición, la del «régimen del 78», como él lo llama, a un Estado republicano de resonancias bolivarianas. Así que los cuatro tienen algo de Suárez y los cuatro querrían parecerse al histórico político que, con Felipe González, fue el gran personaje de la democracia.

En esas estábamos cuando llegó Macron y los deslumbró. No a Iglesias, desde luego, pero sí a Rivera y a Sánchez. Ciudadanos y EM (En Marche), el partido de Macron, proyectan ir juntos a las europeas. Al fin y al cabo, son partidos nuevos, liberales y coincidentes en programas y estilos. Pero también Sánchez y Macron viven un idilio que ya no puede ocultarse. Se conocieron hace semanas en algunas cumbres a propósito de las crisis europeas y la sintonía es manifiesta. Que Sánchez hable tan bien francés como inglés ayuda pero, idiomas aparte, se aprecia la empatía. El jueves se saludaron, posaron y abrazaron a las puertas de Moncloa; cualquier especialista en comunicación verbal deduciría que la relación es magnífica.

Ese entendimiento puede resultar de gran ayuda en los desafíos que Europa tiene por delante. Con el Reino Unido divorciándose, con las costas italianas cerradas por Salvini a los rescates humanitarios y con el neofascismo creciendo hasta amenazar a la mismísima señora Merkel, la cooperación hispano francesa puede resultar esencial para componer un eje de resistencia a las tensiones liquidacionistas de la Unión Europea, tal como la hemos concebido hasta ahora. Francia, España, Portugal y algunos más no serían suficientes, pero algo es algo. De ahí que esa relación de Macron con Sánchez, y de paso con Rivera, sea un pequeño capital de esperanza en el feroz mercado político que se está configurando. Cuidado.