Está sin hacer un gran análisis sobre si los avances que indudablemente hemos experimentado en otros apartados como la economía, la sanidad o la libertad en las útimas décadas también se extienden a nuestra sexualidad. Yo creo que está pendiente por un motivo: si se hiciera sería para constatar que en este apartado hemos avanzado mucho menos de lo que pensamos, y eso desanima a cualquiera porque no evolucionar ahí es un síntoma preocupante para cualquier sociedad. Somos más libres ahora, o eso pensamos, que anteriores y reprimidas generaciones. Pero nuestros hijos están reproduciendo patrones que indican más retrocesos que avances. Sirva como muestra el estudio sobre la sexualidad de los universitarios de Alicante, lleno de datos muy reveladores que evidencian esa vuelta atrás. Podría abundarse en más detalles, pero hay uno que define todos los demás: los que menos han evolucionado en sus conductas son los varones. Ni se preocupan de adoptar medidas anticonceptivas, evidenciando que aún impera el «no es mi problema» (que el 98% de las mujeres tenga la prevención de tomar la píldora en su primera relación sexual es un paso, pero un paso que solo dan ellas), ni les preocupa la profilaxis, en el que el problema es tanto de uno como de otro. Por supuesto de ahí a reproducir el patron cultural machista de que la promiscuidad «es cosa de hombres» solo hay un paso. Sabemos que esto no es real. Es un hecho que la banalización del sexo como consecuencia de su «digitalización» ha disparado la promiscuidad, y ahí el protagonismo se lo llevan tanto hombres como mujeres. Lo cual no es ni bueno ni malo. Lo preocupante es que esa visión machista del sexo se reproduzca en todas las capas sociales, prueba evidente de que puede más la presión del entorno social que la educación, más abierta o restrictiva, que se haya recibido. O aún peor: que el porno influye más que años de campañas educativas.
