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Análisis

La hiperinflación en Venezuela y la respuesta del régimen chavista

La agencia Bloomberg, especializada en información económica, elabora un índice de inflación basado en el precio del café con leche

en Caracas. Es una forma muy explícita de mostrar cómo está la vida en la Venezuela de Nicolás Maduro: la taza costaba hace pocos días

2,5 millones de bolívares y quien pudiera tomársela necesitaba un carretillo para transportar los billetes. Desde principios de esta semana,

el precio del café es menos pesado porque el Gobierno chavista ha sustituido la anterior moneda (el bolívar fuerte) por una nueva (el bolívar

soberano) que le quita cinco ceros a la anterior, de forma que el mismo café cuesta ahora 25 bolívares soberanos. Magia potagia de

Maduro como si la hiperinflación fuera a desaparecer mezclándola en una chistera con inefables medidas económicas.

Venezuela es una economía fallida donde, como en los tiempos de la República de Weimar -germen de la aversión genética de los alemanes

hacia la inflación y hacia la política monetaria heterodoxa-, lo poco que gana un trabajador pierde valor en el trayecto que va desde la

ventanilla del banco hasta la tienda de enfrente, desabastecida porque las producciones interiores son inviables y las importaciones imposibles

con una moneda en permanente devaluación y con el caudal de dólares que aporta el petróleo muy mermado por la contenida cotización

del crudo.

El nuevo plan de Maduro para estabilizar la economía ha consistido en primer lugar en una devaluación del 96% en el cruce del bolívar con

el dólar. Es una decisión que no hace sino reconocer el cambio real que ya tenía la moneda local en el mercado negro, donde los venezolanos

que disponen de algunos dólares -entre ellos, las familias que reciben remesas de tantos emigrantes que tienen que dejar el país- intentan

conseguir lo que no pueden obtener de otro modo para sobrevivir.

Para amortiguar el efecto de la devaluación sobre los trabajadores, el Gobierno también han decretado que el salario mínimo sea desde

35 veces superior al actual. Ante el pánico de las exhaustas empresas venezolanas, el Gobierno se ha comprometido a sufragar tales sobrecostes laborales durante 90 días con cargo al erario púbico, que por otra parte prevé elevar sus ingresos con una subida del IVA sobre los

consumidores exangües.

Más magia potagia análoga a la que ha conducido al país hacia la hiperinflación: el funcionamiento de la máquina de imprimir billetes que el chavismo ha usado frenéticamente para evitar la bancarrota y sujetarse políticamente desde que los ingresos estatales del petróleo bajaron

de manera drástica. Aunque haya una interminable discusión académica (e ideológica, en último caso) acerca de si la inflación es o no

un fenómeno puramente monetario, la bomba de los precios venezolanos está sin duda conectada al hecho de que el dinero en circulación se

multiplicó por cien en un lustro a la vez que el producto interior bruto (PIB) se despeñaba más del 40% y el Estado multiplicaba su deuda externa

(en dólares, porque quién va a invertir en bonos denominados en bolívares).

Maduro hizo frente con la máquina de imprimir bolívares a la crisis inducida desde fuera por la caída del petróleo, resultante del aumento

de la producción en EE UU y de la respuesta de Arabia Saudí, y que la propaganda chavista achaca a una confabulación internacional.

Usó la máquina también para poner un velo sobre el fracaso de fondo del régimen: su incapacidad para utilizar la fortuna estatal que movió

el crudo en educar y modernizar el país. La misma incapacidad que demostraron los oligarcas de la derecha que precedieron a los actuales.

Unos y otros son de los pocos que ahora podrían permitirse un café con leche en Caracas Maduro ha devaluado el 96% la moneda nacional y

multiplicado por 35 el salario mínimo

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