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Ánxel Vence

La Unión Europea es unionista

Puigdemont se da cuenta ahora de los escasos apoyos que recibe en el exterior la república catalana

Lamentaba el otro día Carles Puigdemont que la Unión Europea -unionista, como su nombre indica- no apoye la secesión de Cataluña, pero esto es normal, hombre. Sonaría raro que una Unión de Estados favoreciese la desunión, aunque solo sea en el interior de uno de ellos. La UE nació precisamente para evitar que Alemania y Francia persistiesen en su histórica costumbre de tirarse los trastos a la cabeza, con el resultado más bien infausto de dos guerras mundiales. Mal que bien, ese objetivo se ha ido cumpliendo con la abolición de las aduanas y la libre circulación de personas y mercancías; por más que el propósito de alcanzar una unión política siga siendo una quimera. No parece casual que algunos de los países más poderosos del mundo lleven el adjetivo "unido" o la palabra "unión" en sus denominaciones de origen. Las dos superpotencias en tiempos de la Guerra Fría, por ejemplo, se diferenciaban en casi todo excepto en su común condición de uniones. En una esquina del ring hacían guantes los Estados Unidos de América y, en la otra, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. A la difunta URSS le ha tomado el relevo en Europa la UE, que funciona mucho más eficazmente desde el punto de vista económico y social aun a pesar de estar sufriendo la fuga de uno de sus pesos pesados. Paradójicamente, el ahora separatista es un país que también apela a las ventajas de la unión en su denominación oficial de Reino Unido. A punto estuvo de dejar de serlo, ciertamente, con el referéndum de Escocia que los partidarios de la alianza ganaron por un margen no demasiado holgado de nueve puntos. Cosas del ex premier David Cameron, que profesaba una extraña devoción a los referendos y no paró de enredar hasta que triunfó el de salida de la UE. Quizá los británicos estén experimentando en la práctica los problemas que trae consigo la desunión. Metidos en el callejón de difícil salida del Brexit, algunos de ellos considerarán tal vez ahora los problemas de ir por libre en un mundo sin fronteras -y con muchos chinos- como el actual. Tanto es así que algunos medios, por lo general de la rama progresista, han comenzado a reclamar tímidamente un nuevo referéndum que permita a los ciudadanos corregir el entuerto. Si tal ocurre con el complejísimo proceso de separación del Reino Unido (que ese sí es todo un proceso kafkiano), fácil es imaginar que en la UE no suscite precisamente entusiasmo la idea de que Cataluña abra un nuevo frente en la Unión. No solo se trata de que la disgregación de un Estado vaya a contracorriente de la idea fundacional de Europa. Peor aún que eso, una secesión como la catalana abriría la caja de Pandora para que otros territorios del continente se animasen a seguir el ejemplo. Córcega o Bretaña en Francia, la misteriosa Padania en Italia, Escocia e Irlanda del Norte en el Reino Unido y quién sabe si hasta la rica Baviera en Alemania son algunos de los casos que, como la bicha, no conviene mentar. De ahí que sorprenda un poco el desencanto expresado el otro día por Puigdemont, expresidente de la Generalitat, ante la gélida actitud de la UE respecto a una eventual independencia de Cataluña. Parece lógico, en realidad, que una Unión vea con desconfianza a quienes han hecho bandera del desprecio al "unionismo". De los United States ya ni hablamos, claro está.

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