Fuera del Rico Pérez y en una fría sala del Pitiu Rochel. Así ha sido la despedida de Quique Hernández como presidente del Quique HernándezHércules, ocho meses después de su toma de posesión. Fría y distante en las formas y triste y preocupante en el fondo.

Incapaz de sintonizar en lo personal y en lo futbolístico con su antecesor Juan Carlos Ramírez -también mantiene sus diferencias con su "amigo" Enrique Ortiz-, se va del club el hombre de fútbol que recuperó la cordura institucional y la conexión con el herculanismo.

Más allá de las críticas que ha recibido desde la propia entidad blanquiazul por generar inestabilidad interna con sus dos amagos anteriores de renuncia, Hernández recompuso relaciones con la sociedad alicantina -desde las Hogueras al resto de clubes de la ciudad, pasando por los colegios y la masa social- y contribuyó a devolver una parte del prestigio perdido a la "marca Hércules".

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Adiós de Quique Hernández

Con sólo cuatro partidos disputados en el Rico Pérez, la recaudación en taquilla asciende ya a 48.000 euros, casi la mitad de los 100.000 presupuestados para todo el curso. Además, la cifra de abonados alcanza los 6.000, 500 más de los previstos. Y lo más importante, el presidente saliente ha contribuido a devolver la ilusión y la identificación con un equipo que marcha líder de su grupo y transmite muy buenas sensaciones.

Pero, además de la tristeza por este desangelado adiós del tercer presidente en el último año y medio, la marcha del exentrenador deja preocupantes interrogantes cuando habla de "auténticas barbaridades en la gestión del club y la publicidad". Vuelven las sombras de duda sobre la contratación de las vallas publicitarias, los autobuses del equipo y hasta los propios contratos de trabajo en las oficinas.

Hernández debe ser más explícito y no escudarse en "asuntos privados" cuando formula estas acusaciones. Pero, al mismo tiempo que se guarda varios ases en la manga, interpela a los máximos accionistas -desde Ramirez al expresidente Carlos Parodi- para que aclaren si hay o no "chanchullos" en la maltrecha contabilidad del club.

Quique se va "por falta de confianza y de respeto", pero da la impresión de que hay algún asunto de fondo con más calado. Los precios de los abonos, los comentarios de Ramírez de que hay cosas que no le gustan pese a la buena marcha del equipo o el detonante final de las entradas que se regalan a los niños no parecen argumentos de peso suficiente como para devolver el club a la senda de la inestabilidad en este momento de sosiego institucional y optimismo deportivo.

El propio club baraja la tesis de que la estabilidad es imposible en el Hércules cuando los máximos accionistas -Ortiz por medio de Javier Portillo y Ramírez- asumen de mala gana que los éxitos deportivos del equipo los gestionen y acaparen dirigentes que no son accionistas, ni inversores. Faltaría más. Son empleados del club, desde el momento en que es la entidad quien los contrata. Sucede ahora con Hernández, como anteriormente con el tándem PerfectoPalacio-Sergio Fernández

o con el propio García Pitarch.

Ya sea por celos de los dirigentes o por cálculo o despecho del dimisionario, el Hércules vuelve a estar en manos de sus jugadores y cuerpo técnico. Se repite la historia y es el equipo el que debe preservar y poner a salvo la institución. Porque la supervivencia de la entidad, seriamente amenazada por las deudas con Hacienda y otros acreedores y la reclamación de siete millones por la Unión Europea, depende de que Planagumà y sus futbolistas se aíslen de este ruido constante en los despachos, trabajen en la misma línea de los tres últimos meses y culminen el necesario milagro del ascenso al fútbol profesional. Así es este Hércules: la casa de los líos y la imposible estabilidad. ¡Qué cruz!