El misterioso artista callejero inglés Banksy, acaba de meterle un gol por la escuadra a la casa de subastas Sothesby’s en Londres. En 2006 vendió a través de una organización que le representa un cuadro, que no por casualidad, muestra a una niña a la que se le escapa un globo rojo con forma de corazón: la pureza y la inocencia infantil que se escapa, los ideales juveniles que son arrebatados por el viento de un mundo insensible, frío, cruel. La imagen apareció por primera vez en la pared de una tienda en el Oeste de Londres en 2002 por el artista. Unos años más tarde el cantante Justin Bieber se la tatuó en el brazo, y fue duramente criticado por el artista. Además, en 2005, Banksy retocó la imagen tapando la cabeza de la niña con un pañuelo y apoyando a los refugiados sirios con el hashtag #WITH SYRIA.

Decía otro famoso inglés, Gilbert Chesterton, que «cuando Dios miró las cosas creadas y vio que eran buenas, fue porque eran buenas en sí mismas, tal como aparecían. Pero según el capitalismo, Dios habría mirado las cosas y visto que eran bienes. Todas las flores, todos los pájaros, estarían marcados con su precio de liquidación; toda la creación estaría en venta y todas las criaturas buscando negocio».

Todo está destinado a un consumo bulímico, y lo que no se pudiera comprar ni vender, se descarta y desprecia (porque no tiene precio, claro). Por eso la naturaleza, el aire, los ríos, el mar, los parques públicos, son descartados por megamillonarios que se esconden tras un teléfono mientras viajan en un jet privado. No pueden, pero su codicia no deja de desear la posesión de lo bello, de lo gratuito. Quieren que Banksy pinte para ellos, que decore el salón de su megachalet. Quieren someter a la especulación, al estraperlo de sus relaciones de poder, de su capacidad de fijar los precios, a todo lo que asoma por el horizonte.

Economistas de la talla de Amartya Sen (premio Nobel de economía en 1998) critican que, en demasiadas ocasiones, la economía no estudia al ser humano real, sino a una simplificación del mismo (el Homo Oeconomicus), el cual se mueve mecánicamente por intereses egoístas y al margen del contexto social y cultural. Pero la gente de carne y hueso vive de acuerdo con una escala de valores, y no se desplaza en jet, ni vive obsesionada todos los días por si va a ganar unos euros más o menos. Esta mentalidad economicista, exclusivamente económica ha transformado ciudades como Barcelona o Venecia, parques naturales como el de Ordesa, en hipermercados, en solares donde se practica el botellón, los lagos en piscinas para hacer balconing, los cascos antiguos en sumideros de prostitución, en tugurios donde se venden en la calle productos robados, en pisos vacíos donde se alquila por internet a multitudes que casi no caben en el piso, etc, etc, destruyendo la convivencia, despreciando la tradición del sitio al que se visita.

Banksy representa un mundo al que no se puede comprar. La niña sigue agarrada al globo de su corazón que vuela lleno de esperanza. Los sueños no se han cancelado. La sed de belleza no se ha logrado apagar. Sothesby’s y los ricos anónimos que nos sobrevuelan a diez mil metros, tienen un problema. Y me alegro.