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Trump, destructor de la democracia (2)

Estados Unidos eligió en noviembre de 2016 a un presidente de dudosa lealtad a las normas democráticas, profundizando así en un proceso de erosión de ese sistema que comenzó décadas antes.

Ese proceso hunde sus raíces en una extrema polarización que sobrepasa las diferencias políticas para degenerar en un conflicto en torno a la raza y la cultura en el seno de una sociedad cada vez más heterogénea.

Desde Newt Gingrich (ex candidato a la nominación republicana para la Casa Blanca) hasta Donald Trump, los republicanos han aprendido la utilidad de convertir al "rival" político en "enemigo", afirman los politólogos estadounidenses Steven Levitsky y Daniel Ziblatt (1).

Aunque es difícil a veces cómo terminará comportándose un político sin experiencia que llega a un cargo de tamaña responsabilidad, Trump parecía cumplir los cuatro indicadores que, según esos dos profesores de Harvard, apuntan a un futuro comportamiento autoritario.

Son ésos: rechazo con palabras o hechos de las reglas del juego democrático, denegación de toda legitimidad al adversario político, tolerancia de la violencia física y disposición a cercenar las libertades democráticas, libertad de prensa incluída.

Trump cumplió ya el primero de esos indicadores al poner en tela de juicio el propio proceso electoral: ya antes de que se celebraran los comicios anunció que posiblemente no reconocería sus resultados, algo prácticamente inaudito en toda la historia de EEUU.

Los políticos autoritarios tienden además a tachar a sus adversarios de "delincuentes, subversivos, antipatrióticos" e incluso de "peligro para la seguridad nacional y el modo de vida" del país.

Y así, Trump puso en tela de juicio la legalidad de la presidencia del demócrata Barack Obama, del que dijo que había nacido en Kenia y era además musulmán, lo que debía descalificarle automáticamente a ojos de la mayoría de los norteamericanos.

También cumplió Trump el tercer criterio que identifica a un dirigente autoritario, es decir la tolerancia e incluso el hecho de alentar la violencia física por parte de sus partidarios.

En cierta ocasión, por ejemplo, se ofreció a pagar las costas legales de uno de sus seguidores que golpeó y amenazó de muerte a un manifestante en el transcurso de una manifestación en Carolina del Norte. Y se conocen varios casos en los que animó a sus partidarios a emplear la violencia contra los opositores.

En cuanto al último criterio, la disposición a recortar las libertades de sus competidores, la intolerancia de cualquier crítica y la voluntad de proceder contra quienes la ejercen - ya sean los medios de comunicación o la sociedad civil- Trump ha demostrado cumplirlo también ampliamente.

Los autores de ese análisis, profesores ambos de la Universidad de Harvard, temen que la sólida mayoría lograda por Trump en el Tribunal Supremo contribuya la consolidar el perfil ultranacionalista blanco y excluyente del Partido Republicano más allá de la presidencia de aquél.

Las medidas que terminaran tomándose tropezarían con la firme oposición de un amplio espectro de fuerzas progresistas, de unas minorías cada vez más crecidas e incluso de sectores de la economía, lo que podría conducir a peligrosos enfrentamientos, a los que el Gobierno podría responder con todavía mayor represión.

"Si se compara la problemática situación en EEUU con las crisis de la democracia en otras partes del mundo, está claro que EEUU no se distingue demasiado de otros. Nuestro sistema constitucional es ciertamente más antiguo y robusto, pero expuesto a las mismas enfermedades que han provocado la muerte de otras democracias", advierten los politólogos norteamericanos.

(1) Blätter für deutsche und internationale Politik

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