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Así es si así os parece

Supongamos que nuestro modelo son los Estados Unidos. Es mucho suponer, conociendo las encuestas en las que se valora la acción de su presidente y se comparan con las que, en España, intentan valorar al propio. Para completar el panorama, las encuestas sobre la valoración del presidente catalán no le son muy favorables. Todo es comparar.

De todos modos, supongamos que, si no es modelo, sí sería el mundo hacia el que nos encaminamos en la medida en que el «trumpismo» se extiende por la Unión Europea y, de momento, España está incluida en tal «Unión», tan unida, por cierto, como el Reino Unido. Vayan algunos datos al respecto.

Hace diez días el Senado estadounidense aprobó a Brett Kavanaugh para ocupar el puesto vacante en la Corte Suprema, dando así una mayoría conservadora a tal institución. El puesto se ganó por un apretado margen de 50 votos a 48, con la particularidad de que a esta última cifra le faltó una unidad: un senador tuvo que ausentarse para asistir a lejana boda de su hija. O sea, que podría haber sido 50-49, republicanos a un lado y demócratas en el otro.

Una primera constatación: ese mismo día Elena Kagan y Sonia Sotomayor, miembros de dicha Corte, se preocupaban en público por la posible pérdida de legitimidad de una institución que se supone el tercer poder del Estado y que debería mostrar su independencia respecto a ideologías y partidos políticos. No solo pasa allí. No hay que irse tan lejos para encontrar un debilitamiento real de la teórica separación de poderes sin llegar, eso sí, a la total ausencia de tal separación como sucede en las dictaduras.

La segunda constatación es menos sensible, pero viene cargada de futuro. Resulta que la polarización con que se había llegado al nombramiento de Kavanaugh corría en paralelo con la polarización observable en la sociedad estadounidense, precisamente en el aniversario del movimiento #MeToo iniciado a partir de una denuncia de violación. También ahora la hubo, Christine Blasey Ford lo hizo ante el Senado, con mucha valentía según unos y con exceso de partidismo según otros. Porque este es el primer dato a conservar: los seguidores del Partido Demócrata la creyeron en un ocho a uno, casi exactamente la misma proporción que los seguidores del Partido Republicano no la creyeron. Consecuentemente, e incluyendo a «independientes» y «no declarados», un 43 por ciento de los estadounidenses eran contrarios a la confirmación de tal nombramiento frente a un 33 por ciento que se declaraban favorables.

No es preocupante el ligero desfase entre la proporción en el Senado y la de las encuestas sino el hecho de que lo que se percibe tiene que ver no con la realidad, sino con la adscripción política propia. Y eso sí que viene cargado de futuro cuando el electorado se deja llevar más por lo que les cuentan «los suyos» que por cómo son las cosas realmente.

Se puede decir que la declaración de la doctora Ford era confusa o que el asunto que denunciaba se remontaba a sus respectivas lejanas adolescencias y, por tanto, que la opinión sobre la realidad de los hechos no se podía basar más que en la confianza en los propios líderes. Pero eso es peligroso. Exagerando, tenemos el «Il Duce non si sbaglia mai» -el Duce no se equivoca nunca- de los fascistas italianos que los falangistas españoles tradujeron con «el Jefe no se equivoca».

Sin exagerar, y siguiendo con las encuestas, Gallup, el pasado julio, mostraba que un 78 por ciento de los republicanos declarados y sus simpatizantes consideraban la situación económica como «excelente» frente a un 36 por ciento de los demócratas que pensaban lo mismo. Claro que eso hacía que los republicanos, en un 53 por ciento, declararan que la economía era lo más importante que iba bien mientras que los demócratas se quedaban en un 26 por ciento.

Lo que ahí se trataría es de «constatar y, después, valorar». Pero no: la constatación viene determinada por las preferencias políticas que, además, se muestran igualmente polarizadas. Gallup en mano se puede ver que el nivel de rechazo mutuo ha alcanzado niveles superiores a lo que un siglo de encuestas ha ido mostrando. Ya no se trata de diferencias sino de repugnancia o desprecio que acompañan a ideas contrapuestas sobre el papel de la mujer (acabáramos), sexualidad, matrimonio, hijos y, en general, la visión del mundo.

Dejo en sus manos, amable lector, el entretenimiento de buscar paralelismos con lo que observa a su alrededor.

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