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Hagan juego

El tabaco es generalmente adictivo. Lo sé porque me costó tres intentos dejar de fumar, visto el «mono» que me hacía especialmente intratable. El alcohol puede ser adictivo cuando se convierte en alcoholismo, dependencia del beber y síndrome de abstinencia que desconozco en las ocasiones en que he dejado mi amada cerveza. Entiendo que haya una prohibición para la publicidad de ambos productos sea por el medio que sea, pero, en particular, a través de la televisión donde, preventivamente, han desaparecido los anuncios de licores, vinos, cervezas y diversas marcas de cigarrillos. Con una curiosa salvedad: en las series televisivas es frecuente que los personajes (policías, sobre todo) aparezcan bebiendo y solo muy raramente aparecen tipos malcarados fumando: son los -«malos» por lo general, presentes de manera excepcional, pero presentes.

En las series, en cambio, no aparece un tercer tipo, a mitad camino entre el tabaco y el alcohol, pero abundante en los anuncios a mitad de programa o en el momento álgido del mismo. Me refiero al juego que, como el alcohol, puede ser adictivo, pero que, cuando se hace tal, es incluso más adictivo que el tabaco. Hay dos tipos interesantes y es sabido que llevan a la ludopatía y que, como se comentaba en INFORMACIÓN hace unos días, está detrás de algunos trastornos mentales que se disparan en la provincia.

El primero lo he constatado por casualidad por la sencilla razón de que no veo partidos de fútbol en ninguno de sus formatos. Pero un día un visitante puso en mi televisión uno. El Madrid creo que era uno de los que jugaban. Quedé asombrado por la cantidad de incitaciones a la práctica de la apuesta. Apuesta por todo, por el vencedor, por la primera falta, por el resultado y en cualquiera de las categorías que pueblan ese complicado mundo que desconozco. Pero sí sé de ludópatas producidos por tal fiebre de apuestas. Con una peculiaridad relativamente nueva: son apuestas que se hacen por internet, desde tu casa, cómodamente, sin «ver» dinero y, en algunos casos, en la más ardiente soledad. Mala combinación: no «ves» el dinero que se te está yendo, nadie te ve y no hace falta desplazarse del sofá ni dejar la cerveza. Adicción probable, pues.

El otro se produce por las tardes interrumpiendo series de distintas categorías. Un anuncio encuentro particularmente significativo. Se trata de una venerable ancianita que confiesa que antes, cuando iba al bingo, llegaba a tener pérdidas de orina (como suena) cuando intentaba, en medio de la enésima partida, llegar hasta los servicios del local en que jugaba. Aquí el paso de lo presencial a lo informático es mucho más explícito: ahora juega cómodamente desde su casa y, encima, le dan un regalo inicial de euros para que pueda jugar y, por supuesto, ganar mucho más. De todos modos, no parece que lo que importe sea ganar, sino que lo que se le está vendiendo a la venerable ancianita es jugar, cómodamente, en su casa, cerca del baño y sin tener que darle cuentas a nadie en la mejor de las hipótesis. Si antes la visita al bingo podía llevar a la ludopatía, parece razonable pensar que este bingo fácil y cómodo, con dinero que no «ves», puede llevar con mucha más razón a la ludopatía.

Pues bien: si los anuncios de tabaco y alcohol, por cuestiones de salud pública, están prohibidos, resultaba asombroso que los anuncios de juegos de azar de distinto tipo no lo estuvieran. No solo eso: que sean tan abundantes, cosa que, en concreto, me impresionó a propósito de las apuestas deportivas en un mundo en el que, encima, ha habido suficientes casos de corrupción de equipos para alterar los previsibles resultados deportivos y cambiar las perspectivas de ganar o perder por parte de los apostadores caseros. El lector recordará casos de partidos amañados por parte de empresas que gestionan esas apuestas.

Son tres sectores que manejan mucho dinero. Los dos primeros, pueden conocerse (producto, precio, promoción y plaza, que dirían los marquetineros). Este tercero es más complicado porque se produce en un sector ya de por sí complicado visto lo que se puede llegar a pagar por un fichaje, lo que se paga por un patrocinio, lo que se negocia en tribuna y la cantidad de organizaciones que gestionan, controlan y catapultan lo que para algunos muchos es un deporte y para algunos pocos un negocio no siempre limpio. Vale, pues que acabe la publicidad ilimitada. Ya veremos si la prohíben. Apuesto a que no.

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