Theresa May era ministra del Interior de David Cameron y no fue partidaria del Brexit (tampoco muy contraria). Pero cuando el Brexit triunfó (por poco), Cameron dimitió y ella le sustituyó, asumió el resultado del referéndum. Dijo «Brexit es Brexit». Luego, al empezar a negociar con la UE, fue más lejos: «más vale un no acuerdo que un mal pacto».

Ahora -tras muchos meses y varias crisis, entre ellas la dimisión de Boris Johnson, el adalid de Brexit, como ministro de Exteriores- ha logrado un acuerdo con la UE. Todo el mundo político está en contra, tanto dentro como fuera de los conservadores. El acuerdo no es el Brexit porque Gran Bretaña no recupera la soberanía económica, sino que -simplificando- queda atrapada en una unión aduanera que puede ser indefinida en el tiempo y con libertad vigilada para legislar. Por eso no gusta nada a los partidarios del Brexit y por eso dimitió el jueves nada menos que su ministro negociador con Bruselas, Dominic Raab.

Pero tampoco satisface a los europeístas porque argumentan -y tienen razón- que el acuerdo es menos beneficioso para Gran Bretaña que quedarse dentro de la UE. Theresa May lo tiene pues difícil. Primero dentro del partido conservador, donde los antieuropeos le están preparando una moción de censura. Luego -si no la presentan o logra derrotarla- es difícil que el acuerdo sea aprobado en la Cámara de los Comunes, donde tiene una mayoría muy escasa y dividida.

Pero May puede salirse con la suya porque tiene razón en una cosa. El acuerdo conseguido es el mejor posible (por eso los empresarios lo apoyan) porque, aunque es malo, es lo que menos estropicio político y económico provoca. Al menos a corto plazo. Un Brexit sin acuerdo sería una catástrofe a la que nadie parece ya atreverse (ni los más partidarios). Y rectificar -no salir del euro- implicaría un nuevo referéndum o nuevas elecciones y antes pedir a la UE la prolongación del periodo de negociación. Mucho tiempo de caos en el que los conservadores podrían perder el poder y el gobierno ir a los laboristas de Jeremy Corbyn.

Aunque tres antiguos primeros ministros -el conservador John Major y los laboristas Tony Blair y Gordon Brown- estén pidiendo ya otro referéndum, May quizás pueda imponerse. Su solución es provisional, confusa y cogida con alfileres, pero, en apariencia, es la menos traumática al cáncer en el que Cameron metió a Gran Bretaña al convocar y perder el referéndum del Brexit. Un error político descomunal que sólo puede tener una respuesta poco satisfactoria.

Sea como sea, la provisionalidad y la confusión no van a desparecer de Gran Bretaña en muchos meses. Un destacado columnista del Financial Times concluye que los conservadores, un partido de gobierno y de orden, están actuando como un grupo con tentaciones anarquistas.

Boris Johnson grita que el acuerdo haría de Gran Bretaña un Estado vasallo (de la UE). Exagera, pero lo cierto es que no habría Brexit real (sí formal) porque Gran Bretaña no recuperaría la soberanía prometida.