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Cabreo y confusión

Parecen estar ciertos sectores de nuestra ciudadanía en un estado de permanente cabreo a cuenta de todo lo que sucede en y en torno a Cataluña.

Es un cabreo hábilmente inducido por los líderes de nuestra envalentonada derecha y aumentado desde las redes sociales y por esas cajas de resonancia que son las tertulias.

Y que parece dar a aquélla importantes réditos políticos como hemos visto en Andalucía, donde ha servido para dar un vuelco político que muchos, y menos que nadie el PSOE de Susana Díaz, no esperaban.

Recuperada Andalucía por los partidos de las banderas y los toros - pretendido "patrimonio cultural inmaterial"-, sólo queda ahora proseguir la reconquista del territorio indebidamente ocupado por "el comunismo" hasta alcanzar la victoria final.

Se seguirá acusando de un delito de "cobardía", de "traición" y de sancionar un "golpe de Estado" a quienes se empeñan en seguir dándose cabezazos contra el muro independentista con la esperanza de terminar abriendo en él una brecha.

Se agitará cada vez que haga falta el espantajo de la inmigración; se dirá, remedando a Donald Trump, "los españoles, primero", y se acusará de "buenismo" y de beneficiar sólo a las mafias traficantes a quienes apoyen, aunque sea por razones humanitarias, los rescates en alta mar.

Y en un estado de creciente confusión, hábilmente alimentado por ciertos medios, muchos que antes habían votado a la izquierda, buscarán refugio, como en las recientes elecciones andaluzas, en la derecha más autoritaria y sin complejos.

¿Y qué harán mientras tanto los partidos de izquierda? Pues volverán a algo a lo que nos tiene ya acostumbrados: seguirán peleándose por un "quítame allá esas pajas" para desesperación o aburrimiento de sus votantes.

Porque si algo nos han enseñado las elecciones andaluzas es que ya no sólo la corrupción, todavía más imperdonable en la izquierda, sino sobre todo su eterna división, en la que los votantes sólo ven luchas descarnadas por los sillones, provocan sólo desafecto y abstención.

Y abstenerse con el argumento de que ningún partido nos representa - sin exonerar por ello de responsabilidad a la izquierda- puede servir para tranquilizar las conciencias de algunos, pero cuando está en juego el modelo de sociedad e incluso de país, equivale a un suicidio político.

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