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La revolución digital en la prensa

Internet ha cambiado nuestra manera de leer los diarios. A pocos se les escapa y menos que a nadie a las empresas que los editan. Todavía no han dado con la fórmula eficaz para ajustarse a la economía de mercado, que se supone basada en pagar por aquello que se obtiene. Con el acceso digital, cualquiera puede leer el periódico sin necesidad de comprar antes nada; sólo algunas secciones, como, en general, las columnas de opinión -al estilo de ésta- necesitan haberse suscrito antes. Lo que más importa, que son las noticias, sale gratis. Como clavo ardiendo para sacar algo por ellas surgen como por ensalmo anuncios que lo único que consiguen es cabrear al lector porque abrirlos y leerlos no lo hace nadie; nadie, al menos, a quien yo conozca.

Incluso las columnas de opinión ya no son lo que eran. Han quedado maltrechas a causa, en primer lugar, de los blogs, que vienen a ser lo mismo pero, una vez más, gratis aunque en este caso el concepto se aplique al autor. Será el ego desmedido de quienes escribimos que nos lleva a hacerlo al margen de lo que eran antes las colaboraciones, transformadas mediante el oficio de bloguero en un foro de opinión brindado de forma abierta a cualquiera que quiera leerlo, si es que existe semejante persona. En ocasiones, los blogs los anuncian y albergan los propios diarios pero ni siquiera hace falta tal cosa. Cualquiera puede subir a su página de Internet lo que guste y, en la esperanza de que haya quien lo sepa, mandar correos, guasaps, mensajes o lo que sea a los conocidos anunciando la nueva entrada en el blog. Peor aún es que la mayoría de los periódicos permitan añadir opiniones al contenido de cualquier sección, comentarios de los lectores que no pasan ningún filtro salvo, tal vez, el de una supuesta corrección política, que no gramatical ni sintáctica, dejando por completo de lado la pertinencia o el interés de la apostilla. Como resultado, esos foros digamos espontáneos se vuelven casi de inmediato retahílas de insultos, a cada cual peor.

Pero volvamos a las noticias. La edición digital de los diarios permite repasar todos ellos y ver en qué medida cambia su contenido. Quizá lo más curioso haya sido ver cómo las fiestas navideñas han hecho desaparecer lo noticiable, al margen de tragedias como el tsunami de Indonesia o el accidente de aviación (?) en el que murieron la gobernadora de Puebla (México) y su marido. Lo demás se reduce a trivialidades como la lotería o los diez mejores libros de algún que otro escritor adornando la repetición de la nada. Antes, en Navidad y Año Nuevo, los diarios no se publicaban. Ahora es cosa de preguntarse si siguen existiendo, al menos como los conocíamos antes. Y la respuesta da miedo, aunque sólo lo dé a los pocos dinosaurios que quedan, como es mi caso, que creen que compran en el quiosco tres o cuatro diarios distintos todas las mañanas.

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