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Sí se puede

Seguimos empeñados en dotar a ese período de tiempo que significa la Navidad y el Año Nuevo de unas propiedades casi mágicas que no suelen materializarse en algo real. Pero es igual, seguimos y seguimos sumergiéndonos en esa burbuja irreal, y no tengo claro que eso sea algo malo porque al menos nuestra mente se llena de utópicos buenos deseos, buenas decisiones y buenos proyectos. El inevitable repaso a los 365 días que conformaron el último año nos demuestra que todo, o casi todo, sigue igual que los años anteriores; ¿se puede cambiar lo que no nos gustó? Sí se puede. Hay que reconocer que nuestras vidas están siempre condicionadas por la política porque nuestro bienestar material depende de las decisiones de esos políticos a quienes votamos con la esperanza de que resolvieran nuestros problemas y sobre todo nuestras carencias: para poder pensar hay que tener el estómago lleno y dormir bajo techado. Y de todo lo acaecido en este año que pasó a mejor vida es destacable el avance, el renacimiento a nivel mundial de la extrema derecha, con el enaltecimiento de un pensamiento conservador que paraliza los avances y propone, por lo general, la regresión; reconozcamos que ese incremento de seguidores del pensamiento conservador es la consecuencia de los errores del pensamiento progresista. Justo a las 12 de la Nochevieja recibí un vídeo con la playa de Copacabana, en Río de Janeiro, abarrotada por más de dos millones de personas contemplando los fuegos artificiales con los que se celebraba la llegada de un nuevo año; pregunté a mis amigos brasileños: ¿Cómo es posible que estéis tan contentos con un presidente de extrema derecha (Jair Bolsonaro), cuya primera medida ha sido, sí, aumentar el salario mínimo pero también la liberalización del uso de armas? «Porque los brasileños estábamos hartos de corruptos», me respondieron. Y si preguntáramos a los ciudadanos de otros muchos países en circunstancias similares, probablemente obtendríamos la misma respuesta. No necesitamos fijarnos en lugares lejanos para constatar que en España ha sucedido algo parecido, donde la corrupción ha sido fruta del tiempo durante años, y es más que probable que la sorprendente e inesperada aparición de la extrema derecha en Andalucía, con perspectivas según las encuestas de que la sombra de Vox se extenderá a las inmediatas elecciones autonómicas y municipales, es producto del hartazgo ciudadano de una política de izquierdas. Lo que algunos, quizás muchos, lamentamos, se debe a una espiral de corrupción que los españoles hemos consentido otorgando nuestra confianza a quienes no lo merecían, tanto de la derecha como de la izquierda. Es pues necesario, yo diría que obligatorio, estar atentos y reflexionar bien antes de votar en esas elecciones múltiples que se avecinan. Y lo mismo debería hacer los diferentes partidos al seleccionar a sus representantes porque ya estamos hartos de sorpresas, de ilusiones truncadas, de tiempo perdido en las últimas legislaturas. El mundo necesita paz. El mundo necesita solidaridad. Resulta inadmisible que ningún país ribereño del Mediterráneo haya querido acoger al barco cargado de más de trescientos seres humanos cuyas vidas corrían el peligro de engrosar la lista de los 7.000 muertos que se calcula reposan (sic) en nuestro idílico y literario mar. Salvar esas vidas era un problema de conciencia, al margen de lo que se decida hacer después con quienes son víctimas de la desesperación ante una vida que no se puede considerar como tal. El resumen de todo lo anterior es que el mundo necesita cambiar el chip; y si nos empeñamos en dividir el tiempo en años, y ahora iniciamos una nueva etapa, es imprescindible dejarse de teorías y ponerse manos a la obra, tan responsables son los políticos como nosotros, los ciudadanos. Uno de mis pocos regalos navideños ha sido un bonsai en forma de pequeño olivo, que como todos sabemos es el símbolo de la paz, esa paz que todavía estamos a tiempo de alcanzar. Porque sí se puede, si se quiere.

? La Perla. Como mi lema es la constancia, a los Reyes Magos le pido lo mismo que todos los años: seguir poniéndome los calcetines sin demasiada dificultad.

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