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Derecho al despiste

Descacharrante: Palma se ha sumado a la red de las ciudades que caminan precisamente ahora, cuando andar por la calle se ha convertido en una actividad consistente en salvar obstáculos.

Un buen resumen de la legislatura en Palma es la plaza de Cort. De cuatro años a esta parte se han duplicado las mesas de las terrazas de los hoteles cuquis allí establecidos, y el metro cuadrado que no tiene unas cuantas sillas encima soporta un par de barreras de plástico para proteger su olivo, cada vez más incongruente con ese entorno, de los enfermos del selfi. En cualquier pueblo o ciudad la plaza del ayuntamiento suele elegirse como lugar predilecto de reunión, de afirmación, de manifestación. Un espacio común y habitualmente diáfano.

En Cort solo caben multitudes si se colocan de canto y aguantando la respiración. Casi se añora el tiempo en que servía de aparcamiento de coches oficiales, pero al menos resultaba transitable, o mínimamente reconocible. No sé cuánta autoestima hay que haber perdido para que a tu casa consistorial le brote como vecino un Starbucks, mientras en la calle de al lado se muda un colmado con siglo y medio de historia. Al bochinche de elementos que hoy conforman la plaza se le pueden sumar en las últimas semanas los patinetes eléctricos que las dos empresas de alquiler por horas han sembrado por todas partes. Si los abandonan de cualquier manera junto a las jardineras debajo del balcón del alcalde, y ahí se quedan, no podemos esperar que se recojan los diseminados por el resto de la ciudad.

Los viandantes hemos renunciado al uso y disfrute de la vía pública y no nos hemos enterado. Los últimos invitados al festival de negocios y obstáculos en que se han convertido las calles son los llamados medios de transporte personal que deberían servir para descongestionar los centros urbanos de coches y reducir la contaminación. Eso en teoría, pues en la práctica están causando no pocos problemas y accidentes, y arrinconando a los peatones. Una vez se ha legislado sobre los espacios por los que deben circular (nunca por las aceras), sus límites de velocidad, y las medidas de seguridad de que han de disponer, el reto llega con las compañías que los ofrecen a tiempo compartido a través de aplicaciones informáticas. No han esperado a disponer del permiso para desarrollar su actividad. Antes de pedirlo siquiera han sembrado la ciudad de cacharros que en muchas ocasiones entorpecen el tránsito y que se tiran días y días ocupando un lugar que es de todos. Bloqueados hasta que el usuario paga, pitan y emiten ráfagas de luces si se intenta desplazarlos del lugar donde están molestando. Ocupan espacio público sin pagar tasa alguna. No respetan lugares asignados a vehículos como las bicis o las motos. Su concentración en puntos emblemáticos de la ciudad, los más buscados por los turistas, permiten atisbar el público al que se dirigen. De nuevo, bienvenidos al parque temático.

O sea, que las formas de atosigar a los caminantes se diversifican. Las asociaciones que velan por esta especie en vías de extinción que es el humano que se desplaza sobre sus propias piernas han acuñado el concepto de "derecho al despiste". Derecho a circular por la calle en modo ensimismado, sin estar en alerta porque te atropella una bici o se te viene encima un patinete. Derecho a ir pensando en Babia, a desactivar el GPS interior que evita que te la pegues con una papelera, con el segway que viene de frente o con el cacharro de movilidad personal que alguien ha dejado tirado como una trampa para ti.

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