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Joaquín Rábago

No le perdonan a Corbyn

No le perdonan a Jeremy Corbyn que ganara la jefatura del Partido Laborista a quienes habían estado a punto de hundirlo electoralmente con la mientras tanto desprestigiada Tercera Vía del ex primer ministro Tony Blair.

Desde que anunció su candidatura, abundaron las maniobras de todo tipo de los llamados "blairitas" para desprestigiarle, pero al final no lo consiguieron. Corbyn se hizo con el liderazgo y obtuvo un excelente resultado, que nadie esperaba, en las últimas elecciones del Reino Unido.

Y, sin embargo, sus detractores laboristas no se dieron por vencidos: continuaron las maniobras para su derribo, y comenzaron a aparecer dentro y fuera del país informaciones sobre su excesiva tolerancia con el antisemitismo y el racismo en el seno de su partido.

Es sabido que criticar hoy la política israelí, aunque sea la de un Gobierno tan derechista como el actual, puede acabar con una carrera política: inmediatamente se acusa al crítico de "antisemitismo" como si las dos cosas fueran equivalentes. Pero suele dar resultado y lo está dando también su caso.

El lobby israelí y su poderoso aparato mediático no descansan: proliferan los ataques en los medios de comunicación clásicos y en las redes sociales al político que osa denunciar a Israel por su política en los territorios ocupados y éste se ve sometido a una eficaz campaña de acoso y derribo.

Hasta Alain Finkielkraut, un intelectual judío que se dice preocupado por la pérdida de identidad del pueblo francés, de la que culpa a la inmigración árabe, advertía recientemente, en declaraciones al semanario Die Zeit, del peligro de que Corbyn pudiera llegar al poder.

"Si Corbyn entra en Downing Street (residencia del primer ministro británico), podría decirse que por primera vez desde Hitler un antisemita estaría gobernando un país europeo. Y no sería un derechista, sino alguien de izquierdas con el apoyo de muchos intelectuales", advertía Finkelkraut sin aportar, sin embargo, prueba alguna de tan graves acusaciones.

Corbyn es ciertamente un político a la izquierda de la socialdemocracia al uso: se opuso en su día al Nuevo Laborismo, a las guerras de Afganistán y de Irak, incluso a la OTAN y durante bastante tiempo, aunque luego rectificó sólo en parte, a la propia Unión Europea.

En más de cuatrocientas ocasiones votó contra el Partido Laborista cuando éste estaba en el poder con Tony Blair primero y luego con George Brown, y eso es algo que tampoco le perdonan muchos.

El dominical Sunday Times publicó recientemente una furibunda crónica de su biógrafo, Tom Bower, en la que éste acusaba al líder laborista de cultivar la imagen de "buena persona" mientras se dedica a "eliminar sin piedad a sus rivales moderados".

No parece que le perdonen tampoco, entre otras cosas, el que en su lejana juventud, de servicio voluntario en Jamaica, denunciase las "enormes desigualdades" de las que fue testigo en la isla caribeña.

O que culpase al Imperio británico de mucho de lo que ocurre en sus antiguas colonias, criticase la explotación capitalista del Tercer Mundo y la continua injerencia de Estados Unidos en su patio trasero.

Para su biógrafo Bower, Corbyn es un político sediento de poder, un marxista irredento que no ha dudado nunca en deshacerse sin piedad de sus rivales y de cuantos no siguen su línea.

Se le reprocha además desde distintos frentes que no haya tenido nunca una postura clara en relación con la Unión Europea. Pero su euroescepticismo puede tener sus motivos: el Brexit divide a los militantes o votantes laboristas igual que al resto de los británicos.

Y muchas veces se olvida que los diputados británicos son elegidos directamente por los votantes en cada circunscripción y han de responder ante los mismos aunque para ello tengan que saltarse la disciplina de voto.

Últimamente, Corbyn ha decidido respaldar la petición para que se celebre un segundo referéndum sobre el Brexit y se ha comprometido a impulsar una moción a favor de una votación pública para evitar que se fuerce al país a aceptar un Brexit muy dañino.

Pero el daño lo hizo en primer lugar la decisión de organizar un referéndum sobre el Brexit, una consulta basada en mentiras y sin que nadie explicase antes a los electores las enormes consecuencias que la salida de la UE tendría para todos.

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