En estos días estamos asistiendo a una gran efervescencia de noticias y a la coincidencia de muchas situaciones dispares, que nos han sumido en la provisionalidad. No hablo únicamente de las elecciones varias, de las que tendremos seguramente que hacernos un croquis para no perdernos. Me refiero también el juicio del procés.

En cuanto a las elecciones, Sánchez ha sido cuco al señalar las que de verdad le interesan a él, es decir las generales, antes de la cita múltiple del 26 de mayo, confirmando así la teoría de que el que da primero da dos veces. No en vano ha sido un golpe de efecto, perfectamente calculado y orquestado por el CIS de Tezanos. Veremos lo que pasa, porque hablar es gratis y considero que en cuanto a pronósticos sobre la intención de voto no se pueden descartar métodos alternativos, como chuparse un dedo y mirar por donde sopla el viento. Tengo la sensación de que esta vez la gente no va a ser muy sincera al responder a las encuestas y que los resultados van a estar más que repartidos.

Estando las elecciones a la vuelta de la esquina y el Gobierno en funciones, parece razonable que de aquí a elecciones no debería el mismo tomar más decisiones, salvo las realmente urgentes, pero debe de ser difícil echar el freno en eso de mandar cuando uno le ha cogido el gustillo.

Respecto al juicio del procés, la verdad es que estoy deseando ya que se acabe. Es como una pesadilla retransmitida segundo a segundo. Qué agonía. Ayer me costó reconocer al exministro Zoido, porque ha pasado de tener ese puntito chulo con pecho de palomo a resumirse en un tipo asustado de hombros caídos, que no ha sido capaz de echarle un par de narices y reconocer sus responsabilidades al frente del Ministerio del Interior, cuando el referéndum aquel de triste recuerdo del 1-O. Ha resultado más patético que los acusados, que a fin de cuentas tienen legalmente derecho a decir lo que les venga en gana en el juicio, como parte de su estrategia de defensa.

Y, mientras, en España pasan cosas que parece que a nadie le importaran, como el que cuelgue una pancarta de la fachada del palacio de la Generalitat catalana, exigiendo la libertad de los políticos independentistas presos y exiliados. Palacio que, por cierto, mantenemos entre todos los españolitos con nuestros impuestos. Aunque tal vez ésta sea otra estrategia más de Sánchez para confraternizar con sus socios indepes, con la que posiblemente aspire a cosechar buenos réditos electorales.