Feminismo. Palabra de moda donde las haya. Para mi gusto, algo manoseada. Y en muchos casos, denigrada. Vaya por delante que es una palabra positiva por definición, definición que voy a detallar a continuación pues yo misma he tenido que aclarársela a algunos hombres que considero cultos e inteligentes. El feminismo es definido por la Real Academia Española (RAE) como un «principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre» Por tanto, considero que todos, hombres y mujeres, debemos ser feministas y al diablo con quien no lo sea.

Afortunadamente y por ir contra corriente, pocas veces hablo de feminismo, simple y llanamente porque lo doy por hecho, pero a veces vivimos en nuestro propio mundo que tal y como explicaba Platón, con el famoso mito de la caverna, no nos deja ver la verdadera realidad. Una realidad en la que sigue habiendo brecha salarial, poco acceso de la mujer a puestos directivos, las mujeres siguen muriendo a manos de sus maridos y la conciliación continúa siendo tan mitológica como la historia de la caverna. Mucho por hacer aún. Pero también mucho recorrido y mucho conseguido por mujeres que han creído firmemente en el feminismo y han luchado para que hoy votar, estudiar, viajar o, incluso, divorciarnos sean acciones evidentes en nuestras vidas.

Protejamos ese legado con el mayor de los celos.

Muchas veces lo comento entre mis amistades femeninas y he de reconocer que nos echamos unas buenas risas, porque somos así, de reírnos de nuestra propia sombra. Las mujeres con esto del feminismo, el empoderamiento y qué se yo qué más, hemos caído en nuestra propia trampa. Lo leía en redes hace poco: el problema es que esperamos que las mujeres trabajen como si no tuviesen hijos y críen como si no tuviesen que trabajar. Menuda papeleta.

La solución no es fácil, porque nada que merezca la pena lo es, pero lo que sí tengo claro es que hacen falta dos cosas. Por un lado, que las mujeres dejemos de sentirnos culpables por todo, nos sentimos culpables cuando estamos trabajando porque creemos que deberíamos estar con la familia o de estar con la familia cuando creemos que deberíamos estar trabajando. Dejemos de hacer cosas por encima de nuestras posibilidades cual Wonder Woman y hagamos equipo siempre, tanto en el ámbito familiar como en el laboral.

Por otro lado, necesitamos un compromiso real por parte de los hombres. No somos rivales ni, por supuesto, enemigos; somos amigos, compañeros, amantes y, claro está, complementarios. Actuemos en consecuencia.

Las mujeres fuertes intimidan a los chicos, pero gustan a los hombres.

Más valentía, menos autoexigencia, más empatía, menos enfrentamientos, más conciliación, menos discriminación...

Trabajemos para que llegue el momento de conseguir un feminismo real, sin extremismos ni luchas. Los cobardes se creen que ese momento llegará solo; los valientes nos atrevemos a construirlo.