El presidente argelino, Abdelaziz Bouteflika, objetivo de un desafío sin precedentes, renunció el lunes 11 de marzo por la noche a un quinto mandato y pospuso sine die las elecciones presidenciales del 18 de abril, extendiendo, en contra de la voluntad del pueblo y en detrimento de una ley que no lo permite, su mandato actual.

Pero, ¡ojo!, Bouteflika no lleva las riendas. Bouteflika no es más que un clavo oxidado en un engranaje averiado desde 1962. La nueva generación que, pacíficamente, ha tomado las calles del país desde hace tres semanas, sabe que de nada sirve arrojar al «rey» si un «reyezuelo», uno de sus criados o avatares, le puede, sigilosamente, suceder a las próximas elecciones. Lo que hay que reclamar alto y claro, no es siquiera el fin del obsoleto partido FLN (Frente de Liberación Nacional, ex partido único), sino el fin de todo el sistema. Un sistema que avala un Estado artificial formado por saqueadores, erigido contra el pueblo y la nación por unos desequilibrados que bien poco les importa Argelia y los argelinos.

No nos engañemos, la actual «República Argelina Democrática y Popular» es un oxímoron donde los Derechos Humanos son tratados como asunto baladí. Mientras siga el islam implicado en los verdaderos asuntos que atañen al pueblo, la lengua del Corán seguirá haciéndole sombra a las lenguas autóctonas y maternas de más de 40 millones de argelinos y argelinas. Y lo que es peor, la escuela no será laica, ni la mujer será igual al hombre y el cristiano y el ateo continuará justificándose a pesar de la existencia de un decreto ley que les reconoce y ampara y lo más temible de todo, la justicia seguirá estando sometida al poder político y la revolución quedará en agua de borrajas. Las largas y pacíficas marchas que vive el pueblo argelino desde hace tres semanas, donde la muy joven muchedumbre canta, y con razón, en favor de la justicia y la libertad, habrán sido, por desgracia, solo un sueño, una catarsis colectiva, un gigantesco carnaval folklórico sin cambios profundos ni una apertura real.

Esta revuelta se convertirá en una revolución solo si los jóvenes revolucionarios, de verdad, le plantan cara al arabismo-islamismo y estas arcaicas prácticas culturales e ideológicas de la Argelia oficial heredadas de los gobiernos de los 60, 70 y 80, encarnadas por Bouteflika y consorte, y producen, en la misma estela, un Apocalipsis positivo y sostenible en la mentalidad de la joven generación que no teme llevar la lucha al límite. Una generación formada para tomar el relevo y construir una Argelia soñada por millones de argelinos.

Lo ha afirmado Amin Zaoui y sentenciado Benjamin Stora y muchos otros argelinos ansiosos de ver nacer una nueva Argelia Democrática, Laica y Liberal. Esta revolución es el fruto de la paciencia de una generación que aguantó durante más de 20 años la tiranía de un sistema desalmado privándole de su más preciado tesoro: su dignidad.