Hace unos días, la Audiencia Provincial de Granada confirmaba la sentencia dictada por un Juzgado de lo Penal que condenaba a Juana Rivas a cinco años de prisión por la sustracción de sus dos hijos menores de edad, y a seis años de inhabilitación para ejercer la patria potestad. El principio del fin del llamado «caso Juana Rivas» que representa esta sentencia, pone al descubierto, con toda rotundidad, en su vertiente más execrable, la historia de una burda manipulación miserablemente alimentada merced al clima social, político y mediático existente en España, aprovechando la sensibilización de la sociedad sobre el drama de la violencia contra la mujer. Los avatares y pormenores de este mediático caso son de sobra conocidos por ustedes dos, de manera que les ahorraré un retorno a ese turbio pasado. Un caso, digo, profusa e interesadamente narrado por nuestros periódicos, televisiones y radios, tomando siempre partido a favor de Juana Rivas a despecho de la más mínima opción sobre la presunción de inocencia de su exmarido, sobre sus derechos, sobre su dignidad, sobre su honor, descrito siempre como un monstruo sin concederle tan siquiera el más elemental derecho a la defensa.

Al poco de conocerse el caso, infinidad de políticos y políticas, organizaciones feministas, observatorios al uso, talleres de género, psicólogas ad hoc, asesoras municipales, periodistas académicos, intelectuales del sistema y lacrimógenos programas de radio y televisión, demonizaban al hombre al tiempo que santificaban a la mujer justificando cualquier actuación que tomara esta, aunque la misma pudiera suponer una flagrante violación de la ley o desobedecer mandatos judiciales. Todo estaba justificado. La sombra de los malos tratos del pasado, aunque el exmarido hubiera purgado por ello, era prueba de cargo suficiente para arrojarle al infierno, privarle de sus hijos y condenarle sin juicio a la infamia eterna. Curiosamente ahora, como entrometida paradoja, los podemitas y la gauche divinne reivindican el derecho a la reinserción cuando se trata de una mujer candidata de Unidas Podemos a la alcaldía de Ávila y condenada en 1983 a treinta años de prisión por participar en el asesinato de un hombre que supuestamente la violó; ahí si cabe redención. No olvidemos que, como destaca la sentencia de la Audiencia Provincial de Granada a la que aludimos, «? el señor Arcuri, por más que ella lo presente como maltratador, no ha sido condenado por ello, pues la sentencia del año 2009 fue cumplida y sus antecedentes penales han debido ser cancelados», «? al quedarse sin argumentos [Rivas] insiste una y otra vez en lo mismo, el maltrato y la necesidad de proteger a sus hijos. Eso ya se vio en el procedimiento civil y se resolvió, no quedando justificada la existencia de peligro para los menores», recoge la sentencia.

«Juana está en mi casa», era el solidario y desafiante lema que contestaba a la pregunta sobre su paradero cuando «? Juana Rivas decide ocultarse en compañía de los dos menores en lugar desconocido para autoridades y agentes intervinientes?», continúa la sentencia. Y como Juana está en mi casa, hasta el académico de la Lengua, el periodista Luis María Anson, construye un laudatorio artículo hacia Rivas diciendo entre otras cosas «Juana Rivas ha desparecido con sus hijos. El clamor popular la respalda y grita a los cuatro vientos que ha hecho bien? El pueblo de Maracena? se ha echado a la calle para respaldar a su vecina, lo mismo que ocurrió en Fuenteovejuna?», «Y, por cierto, para que no existan dudas quiero decir públicamente a la jueza y a la Guardia Civil que Juana Rivas está en mi casa, tranquila y con sus hijos. Y, además, tras una muralla de libros». Una pedante muralla de libros que no ha servido para evitar que la Justicia, con mayúsculas, se haya pronunciado con tanta contundencia y rigor. Aquí no había otro Fuenteovejuna, Anson.

Ahora, Juana está? sola; peor aún, está acompañada de una dura condena, desvirtuado judicialmente su relato, desmontada la grosera, infame manipulación que intencionadamente tejieron algunas y algunos alrededor de este lamentable caso sobre buenas tautológicas y malos predeterminados por el solo hecho de ser hombres. ¿Dónde están ahora las políticas y los políticos que antaño tanto se significaron a favor de Juana? ¿Dónde las organizaciones feministas? ¿Dónde los observatorios, talleres, psicólogas ad hoc, asesoras de género y profesionales de las subvenciones públicas? ¿Dónde los programas de televisión, de radio, los periódicos y periodistas que coadyuvaron con apasionado fervor en alimentar ese relato del machismo ontológico sin preservar, ni tan siquiera estéticamente, el más mínimo principio de equidad, presunción de inocencia o neutralidad? ¿Saben dónde están? En su casa.