A estas alturas, resulta difícil comprender los motivos por los que seguimos, una y otra vez, erosionando las capacidades y potencialidades de Alicante, una ciudad y una provincia con unas condiciones magníficas que, desde hace demasiado tiempo, no paramos de maltratar. Sin aprender del pasado, como si viviéramos en un continuo día de la marmota, vemos una y otra vez decisiones y errores que se han repetido con anterioridad, de los que nadie parece ser responsable pero que todos lamentamos después. En Alicante, nadie parece asumir las decisiones dañinas, pero todos tenemos que afrontar las consecuencias futuras.

La última barbaridad que se está perpetrando en esta ciudad, en tiempo real y a los ojos de todos, es el adefesio que se está levantando, a quemarropa, en la plaza del Puerto, donde están construyendo una nueva oficina de turismo bajo la dirección de la Agencia Valenciana de Turismo de la Generalitat Valenciana, por un importe cercano a 700.000 euros. Bien es cierto que el proyecto, conocido y aprobado también por el Ayuntamiento de Alicante, se cederá posteriormente durante cuatro años al consistorio, quien se encargará de la gestión, mantenimiento y dotación de personal a lo largo de ese tiempo.

Cualquiera que vea la estructura de hierro de varias plantas que estos días se ha levantado en el lugar que ocupaba anteriormente un tiovivo que fue retirado, se dará cuenta del daño y la agresión urbana que supone. El artefacto se atraviesa delante de uno de los edificios más espléndidos que tiene la ciudad, la Casa Carbonell, declarada Bien de Interés Cultural (BIC) y una de las imágenes que nuestros visitantes captan en sus fotografías, en el inicio de la Explana que nace bajo sus pies, al tiempo que se interpone ante el verdadero icono de la ciudad, como es el Castillo de Santa Bárbara, que también tiene la declaración de BIC, cuya visión ahora se interrumpe desde algunos lugares del Puerto al tener este nuevo mamotreto por delante. Vayan a verlo y comprueben, de primera mano, el daño al paisaje visual de la zona, como bien están empezando a denunciar en las redes sociales diferentes vecinos.

Nadie pone en duda la importancia, para un ciudad turística como Alicante, de contar con una oficina de información y atención céntrica, moderna y atractiva capaz de dar respuesta a las demandas de nuestros visitantes y canalizar adecuadamente sus peticiones. Es una infraestructura largamente demandada por el sector y por los propios turistas. Pero precisamente por ello, debería haberse estudiado con mucho más cuidado su emplazamiento y localización en una ciudad en la que se han cometido tantos atentados urbanísticos y se han producido tantos daños irreversibles sobre su patrimonio cultural, histórico y material.

Como si de una maldición se tratara, el espacio sobre el que ahora se construye este nuevo edificio de información turística, cuyos daños al entorno son evidentes, se levantaba la antigua comandancia de marina construida en el año 1943, demolida medio siglo después por la Autoridad Portuaria, a pesar de que estaba incluida en el catálogo de edificios protegidos de Alicante y contener innegables valores arquitectónicos e históricos. Esta demolición, que se llevó a cabo en una noche para evitar miradas indiscretas, consumó uno de los mayores atentados al paisaje urbano e histórico de la ciudad en una zona emblemática, siendo sustituido por el parking que se construyó en su subsuelo, dejando en su parte superior una plaza.

Quienes desprecian el patrimonio visual están rechazando la importancia de la herencia cultural que forma parte de las señas de identidad de una ciudad y de su sociedad. Una herencia que se transmite de unas generaciones a otras, dotada de unos valores inmateriales y materiales que se impregnan de elementos históricos, artísticos, urbanísticos, plásticos, arquitectónicos, ambientales, ecológicos, testimoniales y antropológicos. Sin duda, este patrimonio tiene un valor incalculable, siendo un elemento a disposición de la sociedad y un caudal de recursos del pasado, que se disfruta de múltiples formas en el presente y que tenemos la obligación de ceder a las generaciones futuras.

El patrimonio visual de nuestra ciudad es como su epidermis, a la que tenemos que cuidar con cariño para mantener la mejor imagen. Contiene la memoria que nos dota de pertenencia e identidad, a través de una imagen con la que nos sentimos representados, con la que disfrutamos y que queremos compartir con quienes nos visitan. Es por ello un elemento que tenemos la obligación de cuidar, mantener y valorar, porque forma parte también de las señas de identidad de Alicante.

Una ciudad que depende de manera tan estrecha de un turismo al que queremos dotar de valor, que se propone otorgar una mayor cualificación a los recursos que proporciona a sus visitantes, que no para de preguntarse por un futuro incierto, no puede permitirse el lujo de cometer errores que dañen de manera irreversible la calidad de un patrimonio material e inmaterial, ya de por sí malherido por décadas desafortunadas de abandono, de incuria y salvajismo.

Sobran motivos para explicar que esta nueva construcción, sobre la plaza del Puerto, va a producir una nueva herida en una valiosa zona de la ciudad que, como si de una maldición se tratara, acumula demasiadas cicatrices.