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La montaña de los sabios

A lo largo de mi vida: así empezaban las Memorias antiguas y las novelas (también antiguas) que se proponían contar una vida en flash-back (y el flash-back no se había inventado aún)... No es el caso, pero a lo largo de mi vida, decía, he conocido personalmente y leído -o leído y escuchado pero no conocido- a algunos sabios: Julio Caro Baroja, Gustavo Bueno, Rafael Sánchez-Ferlosio, Cristóbal Serra y Martí de Riquer (quien sí disfrutó personalmente de este último fue nuestro Gabriel Galmés). Todos estos sabios han sido maestros. De su entorno y de generaciones posteriores. A todos se ha podido visitar y entrevistarse con ellos, si así se quería; todos abrieron las puertas de su casa, y de su pensamiento hicieron herencia y continuidad de una manera de entender la vida y conservar y enriquecer la civilización. Quizá esto último pueda sonar grandilocuente, pero es así. No se entrometieron, pero quien quiso escucharles sólo tenía que llamar a su puerta y jamás se sintió decepcionado; jamás abandonó su casa sin ser más rico y más libre que antes de entrar. Sin embargo a la mayoría de ellos se les llamó ermitaños, eremitas, o misántropos. Suele ocurrir en nuestro país ante quienes no se dejan llevar por modas, colectivos y otros rebaños, y tampoco quieren ser moda, representación, o masa.

Cuando charlabas con ellos o, simplemente los leías o escuchabas, nada del pasado era ajeno. De la Biblia al castellano del arcipreste de Hita; de Platón a Leibnitz, de Ramon Llull al Tirant Lo Blanc; de las brujas vascas o los bereberes a los meandros del lenguaje y sobre todo, su corazón: el corazón del lenguaje. De cualquiera de estas cosas -y muchas otras- se extraía no sólo una lección, sino una hermenéutica, una manera de estar e interpretar la vida y la Historia; es decir, de encontrarse en lo que somos. Que eran sabios es indiscutible; que, además, han sido maestros, quien supo de ellos no lo dudará nunca. Pero en la muerte de Sánchez Ferlosio se llega a la conclusión de que si formaron parte de la cadena de la tradición, hubo un momento en que esa tradición se rompió y las personas como ellos dejaron de existir. Hubo un cambio radical en la manera de saber y por tanto también de la transmisión de la sabiduría. Ese cambio radical se dio con los nacidos después de la Guerra Civil.

Porque si uno se detiene en las fechas de nacimiento de los cinco citados, observará que los mayores -Caro Baroja y Riquer- nacieron en 1914; y los tres más jóvenes -Serra, Bueno y Ferlosio- en la década de los veinte. O sea que los cinco habían nacido antes de la Guerra Civil. Y este hecho cronológico, pero también cultural, les otorgó -desde su individualismo- una generosidad que después de la guerra sería sustituida por otra cultura teñida por la desconfianza. Fruto, supongo, de una sociedad herida y en el erial. Lo que tal vez explique que en generaciones posteriores no se diera ese papel de sabio y maestro y fuera sustituido por otros accidentes culturales, más egoístas, más interesados en sí mismos, más mezquinos también. Sólo se reforzó el padrinazgo -nieto del feudalismo y el caciquismo, e hijo del miedo, tal vez- sin maestría, ni sabiduría. Y a lo más que se llegó fue a ser discípulo -o directamente, pelota- del titular de la cátedra, a ver si heredamos una porción del departamento y no somos expulsados a las tinieblas: a partir de ahí a defender la parcela de poder académico. Lo que lleva más pecado encima porque los jóvenes -cuando lo eran- de la llamada Generación del 70 -hoy con 70 años ya- todavía habían encontrado en su camino a algunos de la Generación del 50 -nacidos como Benet o Barral en el 27 y 28- que les enseñaron con su ejemplo. Eso ellos, y sirvió de poco. Y los que nacieron después ya no encontraron ejemplo personal en los del 70: estaban demasiado ocupados en ser dueños de la agitación propagandística pro domo sua y el que venga detrás que arree. Así seguimos.

Ahora ha muerto Rafael Sánchez-Ferlosio y todos recuerdan El Jarama -algunos siempre preferimos Alfanhuí-, el gato de la Moncloa y el jarrón chino, o una novela afamada donde su padre es clave, recurso miope de articulistas posmodernos. Escribí cuando murieron los otros cuatro: Caro, Bueno, Serra y Riquer. En estas mismas páginas escribí. El respeto me impide hacerlo sobre el último desaparecido. Estos días he leído -entre algunos artículos estupendos: Azúa, por ejemplo- bastantes tonterías que sus responsables no se habrían atrevido a publicar de vivir él. Como antídotos contra esas mismas tonterías hay pecios de Ferlosio para todos. Bastaría con su Vendrán más años malos y nos harán más ciegos (un título profético) para acallar todas y cada una de ellas. En realidad están mudas desde antes de ser publicadas y si es así es gracias a la sabiduría de Ferlosio. Léanlo y recuerden: fuimos sus contemporáneos; si supimos o no serlo, es cosa de cada uno de nosotros.

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