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La andanada

Sevilla: la emoción y la intensidad

Hay que ver lo que ha dado de sí esta primera semana de Feria de Abril. Como si de un compendio de la propia tauromaquia se tratase, los matices y las conclusiones han resultado de variado contraste y contenido. Qué de aristas y sabores variados ha habido en apenas cinco días, seis si contamos el arranque del Domingo de Resurrección.

En la corrida que precedió al ciclo abrileño de mayo (échenle la culpa del oxímoron al caprichoso calendario litúrgico), los aires nuevos llegaron de la mano del sevillano Rafael Serna, que cortó un ilusionante trofeo de un astado de La Palmosilla en memoria de su recientemente fallecido progenitor, compositor del himno del centenario del Real Betis, de la archifamosa sevillana «Cántame», interpretada por María del Monte, o de aquella romántica letra de «Se te nota en la mirada». Mucha sevillanía y mucha emoción en la vuelta al ruedo con el hijo homenajeando al padre.

En ese festejo, y en el más que interesante encierro del primero de mayo lidiado por Torrestrella, también se dio la versión de la oportunidad perdida, de los toros con casta que no quieren ver las figuras y que restan rotundidad a sus carreras. Porque algunos pupilos de Álvaro Domecq llevaban en sus entrañas el acento y el poder de la bravura. Y hay que estar muy puesto y muy dispuesto para romper los moldes con ganado tan exigente. Un «sí, pero no» para José Garrido, Joaquín Galdós y Alfonso Cadaval. Y eso que el peruano podría haber tocado pelo de haber andado fino con los aceros, como también el colombiano Luis Bolívar en el anterior festejo. Pero al final todo son cartuchos gastados y oportunidades perdidas, trenes que acarician unos cuantos con la mirada sin acabar de dar el salto para subirse a un futuro esperanzador.

La del jueves fue tarde de conmoción y resolución. La conmoción surgió de las muñecas privilegiadas de Morante de la Puebla. Un ramillete de seis o siete verónicas de orfebrería barroca, rematadas con media y revolera. Al capote de Morante, como al de Paula, Romero, Cagancho o Curro Puya, no hay técnica ni palabras que lo expliquen. Vengan los poetas para cantar a la intensa emoción de la belleza atemperada, al vuelo del percal inmarcesible desde las yemas acariciadoras, al compás secular de todos los duendes de la noche de los tiempos. A los artistas de este calado no se les puede pedir más. No se le puede pedir al de la Puebla, por ejemplo, que mantenga tal altura con la muleta o que se cuide un poco el físico para no parecer un orondo picador, imagen a la que ayuda el estilo de sus chaquetillas sin golpes ni alamares. Pero para qué hace falta el físico cuando se torea con el alma...

Y frente al síndrome de Stendhal morantista, las líneas preclaras de la ciencia del Juli. A pesar de esa oreja regalada, que no llegó a lóbulo, de su primero. Pero hay que ver cómo adapta Julián los toques, las distancias, los tiempos y la lidia en sí al animal que tiene delante. Ante un toro premiado con la vuelta al ruedo que también fue del madrileño. ¿Ceder el cetro? Ni pensarlo.

Y rompiendo todos los moldes para volver a componerlos haciéndolos suyos, Roca Rey el viernes. Con la hierba en la boca en una faena de poder ante su primer crudo y encastado enemigo de Cuvillo, y luego el temple y la seda para surgir triunfante en toda su dimensión torera ante el excelente sexto de la tarde. Nunca un DNI metaforizó tan bien la realidad de su titular. Insultante juventud, despótico mando y feliz rotundidad.

Castella, Perera y Manzanares, otrora mandones en ruedo y despachos, han quedado a medio gas. El alicantino, a pesar de la oreja cortada al buen astado de Victoriano del Río del Domingo de Resurrección, no parece vivir su momento más dulce. Su toreo no fluye como antaño, anquilosado y sin vaciarse, y necesita de una revisión. La moneda la tiene, por lo que, aunque ahora mismo no está, se le espera con anhelo. Claro que sí. Este mismo lunes, otra vez en Sevilla.

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