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Análisis

Juan R. Gil

La temporada que viene

A pesar de todos los números que quedan aún por desmenuzar tras la larga noche de las autonómicas del 28A, convendría pararse un momento a recordar cómo estaba el escenario y qué pasó tras las elecciones de 2015. Siquiera sea para tener presente cómo fueron entonces de duras las negociaciones para alcanzar el que se llamó Pacto del Botánico, cuya segunda edición se reivindica ahora. El PSOE no había sido el partido más votado y, si logró la primacía en la izquierda, lo fue por apenas cuatro escaños (23 obtuvieron los socialistas por 19 Compromís). Las fuerzas de izquierda no tenían otra, dadas las circunstancias, que sacar del gobierno al PP, que había conseguido a pesar de los escándalos de corrupción y la desgana con la que Alberto Fabra afrontó aquella campaña, ganar las elecciones con unos insuficientes 31 diputados. Y Ciudadanos y Podemos empataron a 13. La izquierda, pues, ocupaba la segunda, la tercera y la quinta plaza de un Parlamento de cinco grupos, con cinco escaños por encima de la mayoría absoluta. Y aun con todo y con eso, y pese a la obligación moral de desalojar a un partido que tenía a casi todos sus máximos dirigentes imputados o encarcelados por corrupción, hubo momentos de gran tensión. Momentos como los protagonizados por Mónica Oltra cuando amagó con plantarse si la presidencia no era para ella, o los originados por la presión de los antiguos lermistas, que no pararon de esgrimir la opción de un acuerdo con Ciudadanos, por imposible que los números y el sentido común lo hicieran.

Y decía que conviene revisitar todo aquello, porque pudieron ser juegos de niños con lo que se avecine ahora, que los números son más justos y el imperativo moral decae por los malos resultados que casi todos han cosechado. El triunfo de la izquierda ha sido suficiente, pero corto: donde sobraban cinco, quedan dos. Pero sobre todo se ha producido dejando tocados a dos formaciones que, si hace cuatro años aspiraban a todo, ahora están en crisis. Si ser la punta de lanza de la oposición en la legislatura maldita de 2011/2015 le dio a Compromís alas para llegar al Consell, hablarle prácticamente de tú al PSOE, conquistar València y tener una notable representación en la provincia para ellos más difícil, que es Alicante, el paso por el gobierno les ha supuesto pagar una factura muy cara el 28A. Los dos escaños menos que han cosechado no son numéricamente gran cosa, pero sí son un bofetón importante en términos políticos. De tercera fuerza pasa a cuarta, superada por el PSOE, el PP y Cs, pero además resulta irrelevante como referente político fuera de esta comunidad, lo que les mete en un callejón que amenaza con hacerse cada vez más estrecho. Aunque sea por poco, el 28A Compromís perdió València; en Castellón Ciudadanos les pasó y en Alicante, ¡en autonómicas!, hasta Vox quedó por encima de ellos. Con lo que el callejón empieza a parecerse a un pozo. Ese mismo que se tragó a Unión Valenciana y mantuvo en la inanidad al Bloc hasta que matrimonió con Iniciativa, justo para parir Compromís.

El mayor problema al que se enfrenta Compromís, sin embargo, no es de números, sino de definición. Más allá de la obviedad del efecto voto útil a favor del PSOE ante el miedo a que las dos derechitas cobardes y la del arriba España sumaran para gobernar, Compromís tiene que resolver de una vez, en palabras de algunos de sus dirigentes más lúcidos, si es una fuerza de izquierdas que habla valenciano o un movimiento nacionalista de derechas con inquietudes sociales. La cuestión es que no son capaces de aclararse y de ahí la incongruencia que estamos viendo: quienes han ostentado una competencia tan de primer grado para la izquierda como es la Educación han mantenido toda la campaña escondido al conseller que la dirigía, Marzà, conscientes de que les restaba votos en lugar de poder presumir de gestión. Y, sin embargo, es seguro que exigirán la continuidad al frente del mismo departamento de este mártir clandestino, porque para el nacionalismo también Educación es el objetivo de mayor rango. Es decir, seguirán cavando el pozo.

Con todo, la situación que más complica la evolución futura de Compromís es la de su líder. ¿Cuál es el futuro de Mónica Oltra? Mientras ella no lo decida, todo será inestable. Compromís depende electoralmente de Oltra más incluso de lo que el PSPV depende de Puig, que ya es decir. Por la sencilla razón de que el PSPV es un partido y Compromís no ha conseguido serlo. Hace cuatro años, Oltra podía aspirar a todo. Literalmente. A presidir la Generalitat o a dar el salto a la política nacional. Ahora, sin embargo, las salidas para mantener su fuerte presencia política, tanto a escala autonómica como nacional, se han reducido a una: la Alcaldía de València. Y, sin embargo, esa es una partida que renunció a jugar en estas elecciones. Lo que significa que, vuelva a ser vicepresidenta del Consell o no, estará incómoda, fuera de sitio. Y eso no va a ser nada bueno para el futuro gobierno.

¡Ah, la vicepresidencia! No cabe duda de que es suya, ¿pero y qué más? Volvamos de nuevo a 2015. La diferencia entonces entre el PSPV y Compromís era de solo cuatro escaños y de los socialistas con Podemos, de diez, pero aun con eso, los de Pablo Iglesias no sólo eran imprescindibles, sino que representaban, con trece diputados en primera comparecencia, una fuerza imponente. Con tales números, Compromís supo negociar caro un voto que de todas maneras no tenía otro remedio que dar y sacó una tajada impresionante: paridad en las consellerias, vicepresidencia única contra jefatura del Consell y, de retruque, la presidencia del Parlamento. La mala cabeza de Podemos, que lo dio todo a cambio de nada, facilitó que las cosas fueran así. ¿Y esta vez?

Esta vez el PSOE le saca diez escaños a Compromís y triplica a Podemos. Y, además, Podemos quiere pillar cacho. Luego las cuentas ya no pueden ser las mismas. Lo digo porque, alentado por el propio Ximo Puig, da la sensación en las primeras declaraciones que estamos viendo de que aquí nada se mueve, salvo el aumentar el número de consellerias, no solo para darle cabida a Podemos, sino también para darle nuevo impulso al Gobierno. Atentos en ese sentido a la división de Educación, para sacar de ese departamento Cultura y Universidades, y ojo también a una posible conselleria de Innovación, Transformación digital, Ciencia y Universidades, que de concretarse sería la estrella de esta nueva legislatura. Pero se está insistiendo en que Oltra repetirá en la vicepresidencia y en que la presidencia del Parlamento será también para Compromís, y eso sí que no cuadra demasiado.

Puig no quiere líos. Se siente, con razón, por encima del bien y del mal, de Compromís o del PSPV, y desde la noche de las elecciones, en la que hubo momentos de grave temor a que la izquierda no llegara a sumar, se le ha puesto cara de pato cojo, de presidente para el cual éste es, por voluntad propia, su último mandato. Pero que él tenga todo el poder y todo el crédito en el PSPV no significa que el PSPV no exista y su nomenklatura no sepa sumar. Y salvo a Puig, a la mayoría de la vieja guardia socialista no le cuadra que el Parlamento vuelva a presidirlo Compromís. Cierto es que el candidato de Puig para el puesto es el que ahora está, Enric Morera, y que eso no deja de ser una maldad porque a Morera ni lo quiere Iniciativa de nuevo dirigiendo la Mesa de las Cortes ni tampoco lo quiere una parte del propio Bloc. Pero es que muchos socialistas tampoco ven por qué ceder ese puesto.

Por lo que respecta a Podemos, la cosa también está liada. Los de aquí no tienen autonomía ninguna. Dicen que quieren formar parte del Consell no porque hayan hecho ningún análisis serio de cuánto les ha costado quedarse fuera la vez anterior, sino simplemente porque eso es lo que dicen ahora sus mayores en Madrid, igual que antes les dijeron lo contrario. Lo que pasa es que en Madrid Sánchez no los quiere en el Gobierno, se ponga como se ponga Iglesias, ¿así que por qué meterlos de buenas a primeras aquí? Eso es lo que muchos socialistas, incluido el propio Puig, se preguntan. Los votos de Podemos son necesarios para investir a Puig, sí; pero tampoco Podemos tiene mucha más salida que dárselos.

El problema es que la autonomía de todos, incluso la de Compromís que es la única fuerza genuinamente autóctona, es limitada. Todo lo que haya que pactar va a estar condicionado por dos tableros de juego: el que hay desplegado en Madrid, para conformar el Gobierno central, y el que ya tiene las fichas en movimiento para las elecciones municipales del 26 de mayo próximo, donde dos partidos, por encima de todos los demás, se lo juegan todo: el PP y la coalición de Mónica Oltra. Nadie tiene mayoría en Madrid, nadie la tiene en València y nadie la va a tener en los principales ayuntamientos de la Comunitat Valenciana. Así que de los enjuagues que se hagan en Madrid y de las cuentas que se saquen en los ayuntamientos tras la noche del 26M dependerá en buena medida lo que acabe ocurriendo con la legislatura en la Comunitat. Resulta que el C0nsell, nada menos, está pinzado por arriba y por abajo.

Alicante vuelve a ser clave en cuanto a lo que los resultados municipales condicionen el Gobierno de la Generalitat. Porque los números que han dejado las elecciones generales y las autonómicas no sólo han aupado al PSPV a primera fuerza política, sino que han situado a Cs por encima del PP en Alicante y a la par en Elche, por poner como ejemplo a la segunda y la tercera ciudad de la Comunitat y han dejado en ambas a Compromís herida de gravedad (con los datos de las autonómicas perderían representación y con los de las generales ni siquiera entrarían en la Corporación). Es cierto que las elecciones locales tienen un fuerte componente personal. Pero también es verdad que los partidos se han mofado de eso durante años, hasta el punto de presentar unas listas, permítanme el juego facilón de palabras, impresentables en sitios como Alicante, y ahora que puede hacerles falta la calidad de los candidatos resulta que, salvo contadas y honrosas excepciones, ninguno tiene donde agarrarse.

Las crisis de los dos partidos antes citados van a pesar en los encajes que luego haya que hacer, según los resultados que saquen. En Alicante, por ejemplo. Es fácil que el PSPV sea, por primera vez desde 1991, la opción más votada en las municipales. Y, sin embargo, es difícil que logre ahormar un gobierno de izquierdas por la caída de Compromís y Podemos. Pero, por el otro lado, el actual alcalde, Luis Barcala, se va a encontrar peleando por lograr una papeleta más que Ciudadanos. Puede conseguirla, pero puede que no. Si la logra, los de Rivera, que quieren devorar al PP, ¿le van a dar el voto para mantener en la Alcaldía señera de la quinta provincia de España al enemigo? ¿Y si no la logra? ¿Y si es Cs el partido más votado en la derecha, tal como lo ha sido en generales y en autonómicas? ¿Va el PP a apoyar a la candidata de los de Rivera regalándole la visibilidad que supone esa Alcaldía y transmitiendo la imagen definitiva de partido derrotado y que ya es pasado? Mira qué bien: el 20 acaba Juego de Tronos y el 26 empieza otra temporada.

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