El afamado escritor francés Victor Hugo, como profeta en su tierra, ya vaticinó en su novela El jorobado de Notre Dame, allá por 1831, un nefasto final para uno de los mayores iconos de la arquitectura gótica de la humanidad como es la catedral de París. Se dice que Quasimodo fue un tallista de piedra que trabajó en ella probablemente durante los años del arquitecto Eugène Viollet-Le-Duc, al que se le encomendó la limpieza y restauración de la misma.

Afamado arquitecto, conocido en especial por sus restauraciones e interpretación de edificios medievales, instalando el germen del Neogótico que aprendió durante su juventud a través de sus viajes por Italia y Francia. Se descubría una nueva forma de aprendizaje que, desde la observación, el recorrido y la enseñanza de la experiencia o costumbre rompía con la disciplina reglada de las escuelas oficialistas o más decimonónicas. De esa época (principios del siglo XIX), tenemos un ejemplo ilustre en nuestra Comunidad Valenciana por parte de Cavanilles que recogió como si fuera un cinematógrafo de la época, las costumbres, paisajes, flora, fauna, en definitiva, una mirada natural a los que hoy muchos doctos parecen que redescubren con la protección del medio ambiente, paisaje o costumbres. Hace casi 200 años ya existían hombres interesados en reflejar y proteger los mismos valores.

Pero volviendo a nuestro encabezado, hay que destacar que la propia intervención de Viollet-Le-Duc en la catedral de la ciudad de la luz, fue especialmente controvertida, ya que se atrevió a reinterpretar o añadir figuras estructurales de singular peso en la imagen de la misma como era la aguja central del crucero. Muchas veces parece, cuando se observa un monumento que siempre ha sido así, porque la mirada del que lo observa es lo que ha conocido. Se olvida que muchos de estos edificios milenarios han tenido también una historia, de nacimiento, infancia, juventud y senectud, e incluso se han vuelto a redefinir como Ave Fénix, y esto no es más que la vida y devenires de la misma humanidad. Una experiencia traumática siempre es negativa, lo que nos enseña es que a partir de ahí lo que vaya a ser depende de la actitud personal. No hay que tener miedo ni rechazo a los cambios incluso cuando no se entienden. La historia y el tiempo, como dicen, será siempre el mejor juez.

Los que amamos la arquitectura, su historia y la cultura podremos contemplar (según dicen en cinco años estará finalizada) el apasionante discurso sobre la pregunta: ¿y ahora qué hacemos? Escucharemos muchos pareceres e imágenes virtuales de las posibles reconstrucciones o mejor llamarlas intervenciones. Habrán más osados como Sir Norman Foster que plantearán supuestamente coberturas de vidrio y acero, otros más iconoclastas puede ser que incorporen cubiertas de titanio y formas imposibles de entender como Frank Gehry, también los habrán más recatados y probablemente propondrán continuar con las propias formas de bóvedas de crucería para continuar con el legado más costumbrista del maestro Viollet-Le-Duc, quizás un valenciano internacional del que no me acuerdo de su nombre. Nos sorprendería gratamente que irrumpiera en la escena internacional cualquiera de los muy buenos profesionales alicantinos con una propuesta que dejara a todo el mundo con la boca abierta. Pero todo esto será la segunda parte de la famosa película de Victor Hugo, y como buen cinéfilo no se puede ni se debe desvelar el secreto.

Antes de despedirme, sí me gustaría dejar una reflexión que para un ciudadano sencillo como el que escribe puede, sin duda, albergar una paradoja. Me sorprende que el discurso y las voces se hayan elevado tan alto para hablar del futuro, de las donaciones millonarias de mecenas que contribuirán a la leyenda y engrandecimiento de la mismísima Notre Dame, pero pocas voces se escuchan referente a esclarecer las causas del tan magno desastre, definir medidas de prevención no solo con este monumento, sino en general para el patrimonio de la humanidad. Es una pena que en pleno siglo XXI, con la evolución de la técnica y de las medidas de protección haya pasado lo que lamentablemente ya se pronosticó. También fue Julio Verne quien ya avanzaba: «Cualquier cosa que un hombre pueda imaginar, otro hombre puede hacer realidad».

Como ya publicaba recientemente mi compañero Francisco Juan Martínez Pérez, en estos días de campaña política es el momento de escuchar propuestas de futuro para todos, me gustaría también ver cómo los partidos políticos se involucran de una manera más activa en la puesta en marcha no solo en sus programas electorales, sobre todo después con planes para salvaguardar nuestro mejor legado que es el patrimonio en todas sus extensiones, establecer mecanismos jurídicos y económicos para implementar su salud y funcionalidad. Asesorarse siempre de buenos profesionales es el primer paso, no el único. Y en definitiva evitar ser faros impasibles que desde la lejanía solo contemplan y a lo sumo pintan y pintan el paisaje del infortunio y el lamento de no haber tomado las decisiones correctas cuando era el momento. Propongo que todos seamos remeros del «falucho» de la lucha por la defensa de la singularidad de nuestra historia tan rica y llena también de magníficas leyendas que contar a nuestros nietos.