Internet fue un grandísimo invento, eso no creo que haya quien a estas alturas lo niegue, y el desarrollo de las telecomunicaciones permite que realicemos como si nada, sin apenas darnos cuenta, determinadas transacciones que antes resultaban mucho más complejas. También la información viaja a la velocidad de vértigo y podemos encontrar en segundos, uniendo un comentario de Facebook a una dirección Web, a cualquier persona, con lo que ello comporta. Eso sí, nuestra privacidad está en auténtico vilipendio, de eso no cabe duda, así como nuestra intimidad. La comunicación en tiempo real y cada vez más económica nos acerca a personas que tenemos en países muy lejanos, a las que podemos ver mientras nos saludan desde una pantalla. Algo impensable hace tan solo veinticinco años lo que, teniendo en cuenta la Historia de la humanidad, es un plazo más que breve de tiempo.

Si bien Internet ha supuesto una auténtica revolución que presenta más virtudes que defectos, algunos de los problemas que generan las nuevas telecomunicaciones son especialmente volátiles y difíciles de perseguir. No puedo dejar de pensar en la mujer acosada por despecho por el exnovio, que mandó a toda la plantilla de su trabajo su vídeo sexual. La pobre mujer acabó tristemente quitándose la vida, como es más que probable que hubiéramos hecho muchas ante tal situación. Dar con estos delincuentes que utilizan el amparo del anonimato de la red para hacer daño es una de las tareas pendientes a día de hoy. No obstante, pese a situaciones como ésta, la balanza es sin dudarlo favorable a Internet.

Pero para mí lo destacable en esta semana es que uno de los padres del revolucionario invento, Eugenio Triana, ingeniero, nos ha dejado lamentablemente. DEP. Triana, que se había afincado en Alicante desde su jubilación, era y sin perjuicio de otras consideraciones curriculares de su abultada y exitosa trayectoria, un auténtico caballero a la antigua usanza, siempre con su corbata bien anudada. Daba gusto estar con él, escucharle, asistir a sus lecciones magistrales, porque era un auténtico pozo de sabiduría. Fue fichado por Manuel Desantes como profesor del Magister Lvcentinvs desde hace muchos años, y no faltaba a su cita con el máster cada curso pasara lo que pasara, porque le tenía un grandísimo cariño, así como los alumnos a él. Y siempre iba exhibiendo su sonrisa, algo que resultaba verdaderamente encantador. Me parecía que hoy era momento de rendirle un pequeño homenaje, dado que lo merecía sin duda alguna y que todos somos en cierta medida deudores suyos sin tal vez siquiera saberlo.