Durante un tiempo, mientras veíamos extenderse como el fuego entre los matorrales a partidos neofascistas y de extrema derecha en numerosos países, nos creíamos a salvo de la infección. Incluso nos mostrábamos satisfechos de que el PP hubiera sido capaz de digerir en su interior una amalgama muy amplia de sectores que incluían también a la ultraderecha y a los nostálgicos del franquismo. Pero el avance de la extrema derecha en el mundo y la llegada de toda esa caterva de malas personas y peores políticos que han tomado cuerpo en Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil, Salvini en Italia, Orbán en Hungría, Kaczynski en Polonia y Le Pen en Francia, entre otros, daba fuerza a sectores ultraderechistas en España, que desde el propio PP presionaban sus costuras para incorporarse a esa enfermedad mundial del neofascismo. Aunque eso sí, adaptado a la idiosincrasia histórica de un nacionalcatolicismo castizo que defendían sin pudor.

De manera que, mientras en nuestra sociedad crecían los problemas y los desafíos, la bestia ultraderechista se alimentaba en silencio del malestar social que en las últimas décadas ha dejado el avance de unas políticas neoliberales enloquecidas y unas políticas de austeridad salvajes. Bien es cierto que, en España, el conflicto catalán y su deriva independentista, junto a la parálisis política que ha desencadenado, ofrecían el alimento perfecto para engordar a nuestro particular partido de extrema derecha.

Y con esa falta de escrúpulos que demuestran en todo lo que hacen, en el año 2014, el empresario e hijo del marqués del Valtierra, Iván Espinosa de los Monteros, administrador único de la sociedad promotora de viviendas, Premiun Capital Management, registra a nombre de esta sociedad de su propiedad el dominio de Vox, que se convertirá en el partido neofranquista representante de la extrema derecha en España.

El resto ya es conocido: su entrada oficial en las instituciones, al conseguir doce escaños en las pasadas elecciones andaluzas y formar parte del gobierno en esa Comunidad, junto al PP y a Ciudadanos, y su más reciente irrupción en el Congreso de los Diputados, así como en diferentes parlamentos autonómicos y ayuntamientos. Desde entonces, además del bloqueo político y la montaña de grandes problemas que tiene nuestro país, se añaden las barbaridades continuas planteadas por un partido que parece dirigido por un grupo de señoritos marichulos de rancio abolengo, enamorados del nacionalcatolicismo franquista. Solo así se puede explicar que traten de poner patas arriba la convivencia, los avances sociales y hasta buena parte de los principios democráticos conseguidos con esfuerzo en un país, que si algo ha demostrado es, por encima de todo, y en medio de no pocas adversidades, ser tolerante, solidario y amante de la libertad.

Efectivamente, los españoles hemos dado una lección de tolerancia en el mundo con la integración de los inmigrantes y la plena aceptación de los matrimonios homosexuales, por poner algunos ejemplos, siendo una referencia de solidaridad mundial con un sistema de transplantes que es la envidia internacional o habiendo sido capaces de transitar en paz desde un régimen autoritario franquista hasta una democracia parlamentaria. Pero todo esto está siendo cuestionado por las huestes de Vox mediante ese elitismo mesiánico antidemocrático que reivindica el franquismo, planteando la discriminación de género y rechazos por razón de identidad sexual.

Vox es un partido político tóxico que está contaminando la política y dañando la convivencia social, cuestionando elementos de convivencia básicos sobre los que hemos avanzado, no sin esfuerzo. Su obsesión contra el feminismo y la violencia de género, llegando a poner en duda la gravedad de las agresiones y asesinatos contra las mujeres. Su fanatismo contra gays y lesbianas, junto a su obsesión sobre conductas sexuales, parafilias y múltiples perversiones. Su empeño en obtener listados de todas aquellas personas que, a su juicio, se dedican a promover actividades contrarias a sus controvertidos principios morales. Su insistencia por negar la crueldad y los crímenes de regímenes dictatoriales como el de Francisco Franco. Su glorificación de la violencia, llegando a pedir que se permita la compra de armas y se pueda atacar a quienes ellos consideran agresores. Su gigantesco cinismo al hacer lo contrario de lo que prometen, como con su propuesta de suprimir unas comunidades autónomas de cuyos parlamentos forman parte y de las que cobran, o presentarse como víctimas de ofensas, cuando un día tras otro están ensuciando la política y la sociedad con sus continuos insultos y descalificaciones. Todo ello, y mucho más, coloca a este partido en los límites mismos de nuestro sistema democrático al que no dudan en dañar, erosionar y utilizar en beneficio propio.

Un buen ejemplo lo ha dado el líder de Vox en Andalucía, Francisco Serrano, juez inhabilitado y condenado por prevaricación dolosa, quien tras descalificar con virulencia la sentencia condenatoria contra La Manada y defender que «la única relación segura entre un hombre y una mujer será a través de la prostitución» se ha cogido un mes de baja, explicando que es por las críticas recibidas. El mismo que pedía listados de profesionales que atendían a mujeres maltratadas deja de trabajar un mes alegando una baja que solo la dan los médicos, quienes también son los únicos que determinan su duración. Esto es Vox, la ultraderechita fraudulenta que, en cuanto puede, se beneficia de los presupuestos públicos sin trabajar.