Quizá mi opinión le tenga sin cuidado, quizá no sea mayoritaria, quizá esté equivocada, pero como votante y militante creo tener derecho a emitirla. No voy a entrar en la campaña electoral donde Cs compitió con el PP por ser la fuerza de la derecha; si estuvo o no equivocado (creo que sí) es asunto que carece de importancia ya. Los partidos hacen apuestas electorales y unas veces salen bien y otras no tanto. Lo que cuenta es que en estos momentos estamos en otra fase del proceso y los intereses que deben ser defendidos son de mayor enjundia que el éxito de una formación. Ahora se dirime lo más conveniente para España en las actuales circunstancias, con estas cartas.

Ciudadanos no nació como un movimiento de derechas, sus orígenes eran más próximos a una socialdemocracia muy moderada, pero con un fuerte componente liberal en su concepción del Estado. Su impulso estaba más centrado en la lucha contra el nacionalismo que en las medidas económicas, por eso la gente, harta de los privilegios y desmanes de los separatistas, cansada de la complicidad de populares y socialistas, y estupefacta ante la progresiva destrucción del modelo del 78, tan benéfico y alabado en el resto del mundo, decidió apoyar en gran número al señor Rivera. La corrupción, perfectamente percibida tras la crisis, ayudó a este cambio. Había pues una crisis de legitimidad de los dos grandes partidos y un cierto hartazgo de la bipolaridad derecha/izquierda y su juego con los independentistas.

Sánchez ha demostrado que es, sobre todo, un superviviente, que sus convicciones son perfectamente maleables según lo que considere que le asegurará mejor la presidencia del Gobierno, pero está claro que no desea someterse al comunismo tuneado de Pablo Iglesias. ¿Y bien? Insisto, estamos en otro momento del proceso, ahora es el interés de España, no los cálculos electorales lo que cuenta.

Ciudadanos debe ofrecer un acuerdo marco al PSOE, muchas medidas coincidirán con los puntos de aquel intento que los podemitas dinamitaron para dar el Gobierno a Rajoy, otros habrán de corregirse o suprimirse, pero lo que una mayoría esperamos es un acto de grandeza patriótica en donde la formación naranja se ofrezca a gobernar con los socialistas sobre unas bases sólidas y públicas que garanticen algunas de las preocupaciones que atormentan a no pocos españoles: establecimiento de un techo competencial definitivo de potestades autonómicas para acabar con la dependencia y el chalaneo; modificación del sistema electoral que evite la sobrerrepresentación de las fuerzas antiespañolas; eliminación de embajadas autonómicas, que son anticonstitucionales; adelgazamiento del Estado (reducción de chiringuitos); búsqueda, sin prisas ni pausa, de un gran acuerdo educativo que seguramente conlleve la recuperación de ciertas capacidades por el Gobierno central; acuerdo sobre política exterior y emigración, evitando los datos sesgados y entendiendo que uno de los problemas capitales de nuestro país es la despoblación interior y el envejecimiento; medidas para garantizar la sanidad pública de calidad en todo el territorio y medidas sobre empleo que nos hagan ver la luz ante el riesgo que amenaza a las pensiones. Unos nuevos pactos que rememoren los de la Moncloa y de Toledo donde el PP no podrá quedarse fuera, menos tras su debacle electoral y su enorme lastre de corrupción. No está obsoleta la Constitución, están caducas las formas basadas en el enfrentamiento y que no distinguen una campaña de un periodo de gobierno, que confunden al rival con el enemigo y que niegan legitimidad al otro aunque su ideario se ajuste a la Carta Magna que rige la convivencia de todos.

Fuera egos, si Cs analiza el poder que tiene ahora y el que le ha dado a los de Casado con solo nueve diputados más verá que las cosas se pueden hacer mejor y que es preferible rectificar a sostenella y no enmendalla.