Antiguamente, cuando un alumno no se había aplicado lo suficiente durante el curso escolar, las asignaturas que no había superado en los exámenes ordinarios de junio le quedaban pendientes y debía recuperarlas en septiembre. En mi caso, dado que ésta es la última columna de Esperando a Godot hasta el mes de septiembre, he de confesarles que me ha quedado pendiente la ornitología, puesto que en el artículo de la semana pasada comenté, de forma errónea, que el personaje de Azarías, en la novela Los santos inocentes, de Delibes, había amaestrado un milano al que llamaba «Milana bonita». Gracias a mi buen amigo Paco Navarro, que me señaló el gazapo, he sabido que el ave en cuestión no era otra que un Coloeus monedula, conocida comúnmente como grajilla. Ya saben ustedes lo que dijo el poeta inglés Alexander Pope: «Errar es humano, perdonar es divino, rectificar es de sabios».

Es probable que a estas alturas de la lectura estén barruntando que hoy les voy a aburrir con lo que está acaeciendo en el Congreso de los Diputados en torno al debate de investidura. No es el caso. Tengan en cuenta que, aunque este artículo se publica los viernes, por motivos obvios se envía a la redacción los miércoles; de modo que lo que ya haya ocurrido el jueves en la segunda votación no lo puedo saber a la hora de escribir estas reflexiones. No obstante, ya les puedo vaticinar que, pase lo que pase, ahora o en septiembre, no pinta muy bien para España. Alguien podría decir que en otros países, como el Reino Unido, el nivel de los políticos también ha descendido de una forma escandalosa con la elección de Boris Johnson, o que peor van las cosas en Italia con el pacto entre la Liga Norte y el Movimiento 5 Estrellas, pero tirando de refranero, como suelo hacer en muchas ocasiones, tendría que sentenciar aquello de «mal de muchos, consuelo de tontos».

Retomando el asunto de los exámenes de septiembre, debo reconocer que las horas que algunos estudiantes pasaban estudiando las materias «cateadas» durante el curso bajo la implacable canícula ibérica de julio y agosto, visto con perspectiva, me parece de una crueldad sin parangón. No estoy hablando desde un punto de vista pedagógico puesto que, aunque me dedico profesionalmente a la educación, soy consciente de que hay motivos tanto para defender las pruebas extraordinarias de septiembre, como para lo contrario; lo hago desde un punto de vista meramente humanitario, por la pena que me producía ver a esos jóvenes mirando por la ventana, con su libro de matemáticas abierto y un lápiz entre los dientes, mientras rascaban con la uña el borrador Milan, como el prisionero que rasca las paredes de su celda con la vana ilusión de buscar su libertad al otro lado.

Ahora bien, del mismo modo que siento compasión por esos estudiantes que sudaban la gota gorda en esos veranos de nuestra juventud, en los que no existía el aire acondicionado, salvo en casa de los más pudientes, no puedo sentir la más mínima conmiseración por nuestros políticos locales. Es duro, la verdad sea dicha, ser concejal de Elche en agosto, pues se debe acudir a muchos actos sin la libertad de la que disfrutan los ciudadanos de a pie; pero en el caso del equipo de Gobierno municipal creo que es un justo peaje por todas las asignaturas que les han quedado pendientes para septiembre.

Cuando hay un cambio de color político en el Ayuntamiento, o en cualquier otra institución, es muy manida la fórmula de achacar todos los males a la consabida «herencia recibida». Pero en el caso de Elche, la peor herencia recibida la han propiciado los mismos partidos que gobernaban y siguen haciéndolo. Como se publicaba en este mismo periódico el pasado miércoles, el Tribunal Central de Recursos Contractuales (TCRC) ha suspendido cautelarmente la tramitación de la nueva contrata de limpieza de Elche. Esa suspensión se podrá, o no, levantar cuando el TCRC emita un fallo definitivo pero, aparte de esta cuestión, hay dos hechos que proyectan una sombra de duda muy gris sobre todo este asunto: el primero es que la aprobación de la licitación de estos pliegos, ahora cuestionados, se produjo en la última Junta de Gobierno celebrada antes de las elecciones. El segundo, que antes de esos comicios, el concejal responsable del área dio una cifra de 285 millones de euros como precio de la contrata; pero ahora, por arte de magia, esa cifra parece elevarse a 327 millones de euros, más IVA, aunque el propio concejal, que resulta ser el mismo, no sabe a ciencia cierta cuál será el monto final.

Las basuras, el Mercado Central (que ya no es herencia recibida, sino propia), las infraestructuras viarias y ferroviarias pendientes (que ya no dependen de gobiernos de otro signo político), la renta per capita menguante, la economía sumergida y las pensiones de miseria que de ella se derivan, la irrelevancia en materia turística, el adefesio del Hotel de Arenales, las construcciones educativas prometidas (herencia propia también ahora), el olvido sistemático de las pedanías (con Pedáneos designados de nuevo)?. ¡Señores, todo para septiembre!

Lamento no haber hablado de literatura esta semana, más allá de la referencia al brillante Alexander Pope. Queda pendiente también para septiembre, cuando retomemos esta sección de Esperando a Godot.