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La espera

Se habla tanto de quién gana el relato, de si Sanchez o Iglesias, o al revés, que España empieza a parecer un taller de escritura creativa más que una nación. Nuestros analistas y políticos descubrieron tarde el valor del cuento como fundador de la realidad (que es otro cuento), pero han caído rendidos ante la evidencia como San Pablo en el camino de Damasco. Han convertido el relato en una religión a cuyo Dios rinden tributo desde las primeras horas del día hasta el anochecer. De continuar esta deriva, dentro de poco ya no nos preguntaremos quién gana las elecciones, sino quién gana el concurso. El sufragio universal podría mutar en un festival poético o bien en uno de esos programas de la tele donde la gente muestra sus habilidades frente a un jurado histérico. De hecho, Trump, el hombre más poderoso de la Tierra, salió de una peripecia narrativa de la tele, lo que pone los pelos de punta no tanto por lo que afecta a la política como por lo que afecta a la narración.

Nosotros sabemos quién pagará el pato de que no haya en España un gobierno de progreso, pero no tenemos ni idea de quién va ganando el relato, no formamos parte del jurado. A nadie se le escapa, sin embargo, que todos los cuentos presentados al certamen estaban escritos en primera persona, recurso narrativo muy útil en los comienzos, cuando la falta de oficio se suple con sinceridad, aunque no deja de ser, como decimos, una fórmula para novatos. Significa que se les ven todas las costuras a los cuentos. Y todas las costuras son todas las costuras. Escucharlos viene a ser como observar un edificio transparente, con los albañales por los que bajan las heces a la vista. Se suben los candidatos a la tribuna del Congreso, despliegan las cuartillas y antes de que comiencen a hablar ya sabemos lo que van a decir.

En ese sentido, no nos decepcionan. Pero deberían intentarlo. Bergson daba una definición del humor perfectamente aplicable a la literatura: "Una espera decepcionada". Los chistes nos hacen gracia porque "nos decepcionan" en el sentido de que su final no es previsible. Decepciónennos por una vez, no para que nos riamos, sino para que sepamos qué va a ser de nuestra vida, que está en sus manos. Gracias, queridos padres de la patria.

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