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La cuarta vía

Los incendios forestales se apagan en invierno, y la despoblación, también

La Administración ha sido incapaz en los últimos treinta años de gestionar bien el monte de la provincia, o si lo ha hecho, la labor ha sido insuficiente, lo que ha terminado generando auténticos polvorines

Los incendios forestales se apagan en invierno. La primera vez que escuché esa sabia aseveración fue a principios de los años 90, cuando la provincia y la Comunidad Valenciana sufrieron pavorosos incendios con frentes kilométricos contra los que lucharon veinticuatro horas al día el por entonces conseller de Medio Ambiente, Antonio Escarré y todo su equipo. A esa frase se podría añadir aquello de... y la despoblación rural también. Me explico. Buena parte de las razones por la que este verano vivimos en vilo en cuando se detecta una columna de humo en la frondosa Alicante: la provincia pasa por ser una las más montañosas de España, pese a que no tengamos el Tirol por supuesto, al contar con casi 250.000 hectáreas de masa forestal- es la limpieza deficiente que de unos años a esta parte sufre la masa forestal.

La falta de agua y los precios machacan la agricultura y muchas tierras se abandonan convirtiéndose en un polvorín. No hay relevo generacional y la madera ya no es negocio, por lo que no se cuidan los montes como se debiera y, como siempre, solo se reacciona cuando algún pirómano decide imitar a Nerón y le da por encender la mecha. Entre las causas del origen del fuego también están los agricultores imprudentes, algunos excursionistas, más imprudentes todavía, o una tormenta seca. Todo se minimizaría con una buen gestión forestal que no existe. Si el mundo rural fuera atractivo habría actividad y, seguro, no nos encontraríamos cada verano con un polvorín. Y encima, la mitad de la superficie forestal de la provincia, en buena parte nutrida de tierras agrícolas abandonadas, pertenece a propietarios privados y minifundistas, lo que complica aún más su conservación por el coste.

Los montes están abandonados con lo que aumenta la biomasa por ese crecimiento de la superficie forestal, y si se produce un incendio éste se covierte en letal. Los servicios de extinción de incendios en la provincia son magníficos pero no ocurre lo mismo con la prevención. Así, por poner un ejemplo, en la Serra Grossa en Alicante se pueden ver pinos medio secos, que no acaban de crecer. No se están gestionando bien los bosques. Se producen incendios y, sí, luego el monte se regenera pero si hay varios incendios sucesivos al final la recuperación es más difícil.

El nuevo presidente de la Diputación, Carlos Mazón, debutó la semana pasada en su cargo mostrando cintura, y a primera hora del sábado 21, caliente todavía su investidura, se presentó en el área calcinada por el último incendio en Beneixama, un municipio que ha hecho de su patrimonio forestal uno de sus medios de vida desde el punto de vista turístico y, por lo tanto, al que no se puede acusar en esta ocasión, pese a sus escasos medios, de tener el monte descuidado, pero hablamos de la excepción que confirma la regla. Mazón se comprometió a estudiar a fondo el asunto y buscarle remedio, suponemos que con la colaboración del Consell en esta nueva etapa marcada al empezar por el deshielo entre la Diputación y la Generalitat tras las broncas pasadas, a un problema que en Alicante, pese a que, curiosamente, ha ganado masa forestal en los últimos años, es grave debido al avance de la sequía y la propia composición de sus suelos, proclives a acelerar la erosión.

Porque ese es el problema real, una erosión que en los últimos 30 años se ha visto acelerada, más que por la naturaleza y los vientos saharianos, tan populares este verano, por la mano del hombre en forma de ocupación desordenada del suelo. Desde la primera línea del mar a la colina más remota para construir urbanizaciones. Muchas de las cuales se levantaron, además, en la mitad de lo que los expertos denominan el interfaz forestal. Esa zona de seguridad que debe separar la masa forestal del ladrillo, para que nos entendamos. La provincia necesita un plan forestal integral preventivo que ayude y facilite cuando llega el fuego la labor del personal que se juega la vida al pie de las llamas.

El suelo es uno de los recursos más importantes que existen, ya que sin él no puede haber vegetación ni agricultura. Regula la escorrentía y contribuye a limitar el riesgo de inundación. Sin embargo, se trata de un recurso muy frágil y numerosas actividades humanas conducen a su deterioro o erosión. La vulnerabilidad varía mucho según del tipo de que se trate. En general, la erosión se produce más en las áreas de fuertes pendientes, y en las que el clima presenta grandes diferencias estacionales. Sin embargo, una buena cubierta vegetal bien tratada frena eficazmente el proceso erosivo y contribuye al desarrollo del suelo. La degradación de la vegetación asociada a diversas actividades humanas o a los incendios forestales, es una de las principales causas de las pérdidas de suelo en España y en la provincia de Alicante, en la que la pérdida de suelo fértil es continua.

La caldera de gas o el gasoil han desplazado a profesiones tradicionales como la del «gabarrero», que limpiaba el monte porque obtenía un rendimiento económico de esas leñas muertas, de los árboles caídos o de los troncos muertos. Esta profesión muy popular hasta hace varias décadas en todas las serranías españolas sólo pervive hoy en fiestas tradicionales, algunas de ellas muy arraigadas en los pueblos donde este oficio llegó a tener un peso muy importante en la economía local.

Y para colmo, los expertos han detectado un nuevo tipo de incendio. Aquel que libera grandes cantidades de energía generando nubes convectivas en las capas altas de la atmósfera que van a alimentar el crecimiento sorpresivo del fuego; ha sucedido, por ejemplo, en Portugal esta misma semana.

La crisis climática, la sequía intensa, el abandono rural y el propio desarrollo de los incendios obligan a realizar cambios en las políticas y estrategias de defensa y la interfaz con la población. Se deben adoptar nuevas políticas en la gestión de los montes basada en la mejora de la prevención, haciendo un seguimiento sobre los planes de autoprotección y campañas de concienciación.

Igualmente, los expertos alertan de la necesidad de reglamentar la interfaz urbano forestal, exigiendo en las poblaciones y urbanizaciones cercanas a los bosques una protección activa contra incendios, y también en las viviendas y parcelas, cuidando los materiales con los que se construye y estableciendo zonas de escape. Desgraciadamente consejos que, como siempre, se los suele llevar el viento o los quema el fuego, mientras la provincia se convierte en un polvorín durante el verano.

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