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Mochilas antibalas

En Estados Unidos venden ahora mochilas antibalas para escolares: las hay de varios modelos son capaces de resistir el impacto de munición de diversos calibres hasta las que disparan los fusiles de asalto más mortíferos.

Pero es más que dudoso que cuando se produzca la próxima matanza en una escuela de aquel país, los escolares cuyos padres se hayan gastado entre 170 y360 dólares en adquirir una de esas mochilas estén a salvo de las balas de un asesino. ¡Y no hablemos ya del resto!

Todo es negocio en Estados Unidos: la salud, la educación y, por supuesto, también las armas: un enorme y lucrativo negocio que permite a la poderosa Asociación Nacional del Rifle sobornar a políticos y periodistas.

En ese país de algo menos de 330 millones de habitantes donde se calcula que hay 393 millones de armas de fuego en manos de particulares no puede extrañar lo que indican las estadísticas: cada año mueren allí, víctimas de las armas de fuego, cerca de 40.000 personas y resultan heridas más de 70.000.

Prácticamente no pasa un solo día sin que decenas de personas pierdan allí la vida, acribilladas por las balas. Se ha convertido en una rutina, y ya sólo se ocupan los medios de ese tipo de noticias cuando se produce alguna masacre a gran escala en una escuela, un lugar público o algún centro comercial como las ahora ocurridas en El Paso (Texs) y Dayton (Ohio).

A veces el autor de esas matanzas es un desequilibrado o alguien que trata de vengar alguna humillación o algún revés sufridos en el trabajo o en la escuela, pero en otros, como parece haber sucedido en Texas, tiene motivaciones políticas, obedece a móviles racistas: es la acción de algún supremacista blanco.

De creer el manifiesto que él mismo publicó antes de llevarla a cabo, el autor de la horrible matanza de El Paso odia a los hispanos, a los que acusa, siguiendo en ello a su presidente, Donald Trump, de estar invadiendo Estados Unidos.

Resulta significativo que en su escrito citase también aquél la matanza perpetrada por un fundamentalista cristiano en la lejana Nueva Zelanda contra musulmanes que asistían al servicio religioso en dos mezquitas de Christchurch.

Desde ya antes de llegar a la presidencia, durante toda la campaña electoral, Trump se dedicó a atizar y explotar demagógicamente los resentimientos de muchos de sus compatriotas contra quienes buscan asilo o simplemente trabajo en el país cuya propaganda presenta como el de la libertad y las oportunidades.

Y una vez instalado en la Casa Blanca, redobló su discurso xenófobo - lo mismo anti-musulmán que anti-hispano, tachando de delincuentes, violadores o narcotraficantes a quienes, huyendo de la represión o la miseria en sus países, llaman diariamente aton las puertas de EEUU.

Que alguien que no ha perdido ocasión de sembrar la xenofobia entre sus compatriotas y que en 2017 se permitió justificar a una turba de neonazis y supremacistas blancos en Charlottesville (Virginia) diga ahora, tras las matanzas de El Paso y Dayton, que "el odio no tiene sitio en América" es puro sarcasmo.

Como lo es que diga que la culpa de todo la tienen las enfermedades mentales o los videojuegos violentos, y no quienes, como él, fomentan el odio que ahora tan hipócritamente denuncia ni, por supuesto, las sacrosantas armas de fuego, el lobby que las defiende ni la segunda enmienda de la Constitución, que protege el derecho de los ciudadanos a ir armados.

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