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Sol y sombra

La pérdida del tiempo

La puntualidad, decía Oscar Wilde, es una pérdida de tiempo. Sánchez no es que sea impuntual haciéndose esperar una hora por el Rey, es que su sentido de la precisión resulta inoportunamente distinto al de los demás. Como decía un viejo conocido, éste no tiene prisa salvo cuando le entra. La prueba está en que su intento de formar gobierno se ha demorado tres meses y hasta última hora no vamos a tener claro si llevar a cabo la idea es su propósito o aguardará a las urnas para conseguir la mejora que obtuvo Rajoy, otro de los políticos que mantenía con el tiempo una relación especial pero que, sin embargo, no entraba dentro de su condición ordenada de la vida tener a un rey esperando por él. No estoy del todo de acuerdo con Wilde y mira que me pesa. Vale más perder el tiempo siendo puntual que hacérselo perder al prójimo practicando la impuntualidad. A los reyes, que disponen, por lo general, de más tiempo para dilapidarlo que la media de las clases productivas, no creo que les agrade esperar por nadie.

El Rey de España, sin embargo, ha recibido desde que fue proclamado, un curso intensivo de paciencia con los jefes de Gobierno y los dirigentes políticos. Leopoldo II de Bélgica, aquel tirano explotador del Congo, entendía de forma un tanto peculiar el principio del constitucionalismo por el cual un rey reina, pero no gobierna. Ufano, solía comentar: «Todas las mañanas recibo al primer ministro y le pregunto si tiene mayoría en el Congreso y en el Senado. Si me dice que sí, me voy de paseo. Si es que no, le mando a paseo a él». Le habría exasperado el país sin gobierno de uno de sus descendientes, forjado también en la paciencia.

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