Hace unos días leí la opinión de un concejal del PP alicantino que me llenó de gozo. Por fin alguien con mando en plaza daba una explicación sobre el lamentable estado de la limpieza de la ciudad. Para no ser demagógico recordaré que apuntaba diversas razones, pero dicho dejó que los alicantinos y alicantinas somos unos gorrinos. Todos no, por supuesto, algunos, sólo algunos. Y con esto lo auténticamente reseñable es que este señor ya tiene un lugar en la pequeña historia de los ediles desafortunados de Alicante, que son legión. Para siempre será el que insultó a algunos, sólo a algunos de sus conciudadanos. Y eso con menos de tres meses en un cargo de representación del inmundo pueblo.

He escrito que el concejal emitió una opinión. Pero dudo. Quizá no sea una opinión, sino una información; es decir: quizá posee un estudio en la que se cuantifican los vecinos y vecinas que vierten cáscaras de naranja, restos de bebidas azucaradas o perniciosos restos de tabaco a las aceras. Quizá posea también nómina de las mascotas que dejan las esquinas hechas un asco para la especie humana. Si así fuera debería mostrarlos. Está incluso obligado a hacerlos públicos, según la legislación de transparencia. Es más, me atrevo a instar a los Grupos Municipales a que le exijan manifestar cómo sabe que es cierto lo que dijo. Porque si no lo fuera estaría mintiendo. Decir que es una práctica habitual no le exime de culpa. Y más cuando, siguiendo su misma lógica, yo podría decir ahora: en el Grupo Popular hay un puñado de mentirosos. No estaría bonito, aún. Hay que ser pacientes.

En todo caso al desplazar el centro de gravedad de un asunto tan importante desde las causas más profundas a lo anecdótico, ha incurrido en el pecado, tan famoso y moderno, de «posverdad», término que, según algunos académicos de Oxford, no es sinónimo de «falsedad» sino de frivolización en el análisis y presentación de presuntos hechos de los que no existen pruebas. La cuestión entonces es: ¿ha frivolizado queriendo o el asunto se le ha ido de las manos? Esto también tendrá que explicarlo. Y ahí llegamos, casi, al fondo. El problema político básico es que si se constata, incluso si sólo se intuye, que la incivilidad de algunos es causa del deterioro de la convivencia, la salubridad y la pública imagen de la ciudad, habrá que preguntarse tres cosas: 1) ¿Por qué es así?, ¿existe en Alicante y los alicantinos algún gen, bacteria o efluvio que invite a la indolencia y a simpatizar con la mugre? ¿Existen datos comparativos con los de otras localidades? 2) En tal caso: ¿dispone de algún plan para atajar la cosa con medidas preventivas y paliativas más eficaces que los habituales lamentos? 3) ¿Cuáles son las otras medidas que van a adoptarse aparte de las represivas y educativas, a las que, por cierto, en tantos otros ámbitos el liberal PP es reacio? Porque el edil no cuantifica el número de cochinos por ver si es más del 50%, o, a su pesar, debe haber causas mayores que no alcanzan, al parecer, para el titular. Causas estructurales, que se dice, de esas que silenciosamente invitan o favorecen la dejadez, e incluso inmunizan ante las campañas publicitarias al uso.

No ignoro que, a la vista del revuelo, se anuncia una auditoria sobre la gestión económica de la contrata por la famosa UTE. A buenas horas mangas verdes. Y se me dirá que la cosa viene de largo. Y tanto. Pero estamos donde estamos. Y si a la oposición se le acusa de no haber resuelto algo cuando gobernó, al PP -y sus colegas- se les puede decir que, habiendo criticado en la oposición, nada hacen una vez asentados en el gobierno. A la oposición, que ha pagado, quizá también por esto, el precio de la derrota, ahora se le puede pedir que favorezca los acuerdos. Pero mucho más debe pedir la izquierda al bipartito y medio. Primero por los orígenes de la contrata. Segundo por el incumplimiento del acuerdo, de hace unos meses, de acometer una auténtica auditoría que, entre otras cosas, pueda aclarar los perfiles de la futura contrata a convocar en un par de años. Tercero porque el PP, solo o en compañía de cómplices, lleva ya bastantes meses de mareos, promesas e incumplimientos. Y cuarto, sobre todo, porque con la opinión que ahora gloso, el incipiente gobierno da la preocupante medida de su incompetencia y de la manera que va a tener de abordar los problemas de verdad complejos. Porque estoy deseando ver al alcalde y a sus munícipes aplicar la teoría de «la culpa es del súbdito», a cada uno de las dificultades: conducimos mal, aparcamos peor, somos ruidosos, nos afanamos poco en ser económicamente inventivos, cambiamos el medio ambiente, no aportamos imaginación urbanística, somos incultos y cuasi analfabetos, etc. En todas estas materias hay déficits para los que el gobierno municipal no tiene política clara en marcha. El PP y Ciudadanos, patriarcalmente, permanecen en la torre del Ayuntamiento para recordarnos lo malos que somos. Y para castigarnos, llegado el caso.

¿A todos? No. Porque en las causas de crítica que acabo de citar planea el que susurra en la oscuridad, el hombre cuyo nombre no puede pronunciar una parte del stablishment, el amo de contratas y oscuridades, aquel que tan bien simbolizó los esplendores de la derecha lugareña. Ese del que Barcala no quiere oír ni hablar. Y con quien espero que no hable. Aunque nadie duda de su limpieza. Los papeles nunca los dejaba fuera de lugar. En el peor de los casos acababan en algún bolsillo. El papel de él es de lo que queremos saber. Y del PP en su sacrosanta relación. No digo yo que esto sea lo que fue. Pero se empieza por tirar una colilla y se acaba queriendo dibujar el PGOU. No es que exagere: es que estamos avisados y escaldados. No sé si el PP lo está. O el siempre puro y santo Ciudadanos. O sea, que luz, taquígrafos y papeleras. Porque algunos, a lo mejor, hemos bajado la bolsa de basura en horario inapropiado. Pero para otros cualquier hora era buena para mercar y ganar. Esa es la diferencia. Y si el astuto concejal no lo entiende, que Barcala se lo explique. Hay cosas con las que no se juega.