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Tiene que llover

Pedazo de gladiadores

Acaba de terminar la final del US Open y estoy molido. ¡Qué tensión, qué ansiedad, qué incertidumbre! Y eso que entre el segundo y el tercer set he dormido seis horas. Me he reincorporado pensando que Rafa remataría la faena por la vía rápida y han estado con los palazos de uno y otro en un tris de rematarme a mí.

Observando a Laver, que aguarda en el palco para entregar el trofeo al vencedor 50 años después de obtener su segundo título neoyorkino, se me fue la mocha a partidos memorables de esa época y es que no tiene nada que ver la muñeca que sacaban a pasear durante el intercambio aquellos seres de blanco riguroso envueltos en una complexión normalita con el combate entre estos bigardos multicolor de más de 1,90 que, a la técnica, unen un dispositivo armamentístico en esos brazos que da pavor. Sin piedad, se fulminan. El ruso ha resurgido de sus cenizas y tiene al rival atravesado por golpes supersónicos de los que, a veces, no hay forma de seguir la trayectoria y ha conseguido que se reconcilie el público tras un arranque de torneo tomatoso, chocante para el témpano de hielo que es. La grada anda caliente y lo apoya con tal de ver más carnaza. Y la va a tener, cómo que si la va a tener.

Hemos entrado en el quinto set. Los jugadores y los que no juegan se las ven y se las desean para mantener el tipo. Enfocan a Catherine Zeta-Jones y a Michael Douglas y, conocedor de lo que arrastra el hombre, digo a ver si se nos va a quedar en el sitio. El que se queda sobre la pista es el mallorquín después de devolver tres bolas inverosímiles y el público estalla en «¡Rafa, Rafa, Rafa!» para ayudarle a tomar aire. A renglón seguido le cae la mundial al referee tras sancionarlo por sobrepasar el segundero. Medvedev no espera a que esté listo y, tal como solía Agassi, dispara antes de desenfundar. Ojiplático, me cuesta sin embargo entender la resolución hasta que logro distinguir a los padres de Nadal fundidos en un abrazo cuando, de siempre, han guardado las distancias. Pero es que lo sucedido en Queens acaba con el cuadro.

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