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Los coches eléctricos no son la panacea

Aunque tarde, la industria alemana del motor parece haberse finalmente convencido de que su futuro depende del coche eléctrico, pero ¿son en verdad la panacea, se garantizará así la sostenibilidad del planeta?

En los próximos diez años, el gigante automovilístico alemán VW se propone vender 22 millones de coches dotados de ese tipo de motor frente a los apenas 50.000 vendidos el año pasado.

Para ello lleva a cabo una campaña para convencer a empresarios, inversores y a la opinión pública a través de la prensa de la necesidad de abandonar definitivamente el motor de combustión si se quiere lograr el objetivo de una sociedad neutra en emisiones de CO2.

VW y otros fabricantes germanos han visto las orejas al lobo: el lobo chino, en este caso, pues se calcula que para el año 2040 en ese país no se venderán ya automóviles que no sean eléctricos y si no quieren perder allí y en otras partes negocio habrá que ofrecer lo que exige ese enorme mercado.

El negocio es el negocio, como explicó el ministro alemán de Economía, el cristianodemócrata Peter Altmaier, al asumir el cargo, "ocupémonos primero de economía y luego del medio ambiente". La industria del motor es uno de los pilares del sector exportador alemán y tiene un importante lobby en Bruselas.

Para su reconversión, los fabricantes reclaman nuevamente ayudas públicas y una campaña de concienciación para convencer a los consumidores de que se pasen al coche eléctrico, todavía muy caro para los bolsillos de la mayoría de la gente.

Habría que preguntarse, sin embargo, si la solución es volver a ocupar otra vez el espacio público de las ciudades y atestar carreteras y autopistas con coches aunque sean esta vez eléctricos en lugar de reforzar los muchos más eficientes y ecológicos transportes públicos, sobre todo la red de ferrocarriles.

Porque en primer lugar el coche eléctrico no es tan ecológico como lo pintan: sea más o menos limpio depende del tipo de energía que utilice - es decir de que sea renovable o no-, y además es un hecho que en su fabricación - sobre todo en la producción de las baterías- se emiten mucha más emisiones de CO2 que en la del coche tradicional, y esto es algo a tener muy en cuenta.

Pero junto a la eliminación progresiva de los motores de combustión se proponen otras medidas provisionales para luchar contra el cambio climático como la de ampliar tanto a las calefacciones como al tráfico rodado el comercio de emisiones de CO2, hasta ahora exentos de un gravamen de ese tipo.

Tal medida de efecto disuasorio significaría automáticamente un encarecimiento del precio de la gasolina, lo que perjudicaría a un sector de la población que necesita el coche para todo y tampoco puede permitirse de momento el eléctrico.

Ese tipo de impuestos provoca rechazo en los más perjudicados, como se ha visto en Francia con la reacción de los "chalecos amarillos" en Francia. De ahí que en Alemania algunos partidos como los Verdes propongan que el dinero obtenido de ese nuevo gravamen se devuelva a final de año a todos los ciudadanos, tengan coche o no, en forma de una prima per cápita.

Uno de los problemas de ese tipo de medidas es que siempre habrá ganadores y perdedores, por lo que estos últimos se resistirán cuanto puedan, animados por aquellos a quienes tienen sin cuidado el futuro del planeta o quienes fían la solución de cualquier problema al mercado y a los avances tecnológicos y se oponen a toda regulación.

Y hablamos del coche, pero ¿qué decir de la aviación, del abuso de esos vuelos baratos que no dejan de crecer y que hacen que mucha gente vaya al otro extremo del planeta sólo para tostarse una semana en una playa o a cualquier ciudad extranjera de la que ignora todo salvo que puede allí emborracharse más barato que en el propio país?

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