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El hígado

Un órgano precioso y preciso que debemos cuidar frente al ataque de los tóxicos; una vida saludable es el mejor método para tenerlo sano

El hígado ha evolucionado desde unas bolsas con poca utilidad en los gusanos segmentados a este órgano en los mamíferos que acumula cerca de 400 funciones. En el ser humano se sitúa en el abdomen, justo debajo de las costillas derechas. Palparlo era, en la lejana época en que la semiología clínica tenía un valor central en el diagnóstico, uno de los retos de los médicos en formación. Hoy los medios objetivos, como la ecografía, son imprescindible para confirmar la impresión clínica de crecimiento hepático y sus características. El hígado en sí mismo no duele, solo la distención de su cápsula, por un aumento brusco, puede molestar. Así que las enfermedades que le afectan apenas dan clínica. Esta depende de sus funciones.

La manifestación más clásica es la ictericia. Los hematíes, como casi todas las células, tienen la muerte programada. Tenemos que deshacernos de sus residuos; lo más importante, la hemoglobina. Es la proteína que trasporta el hierro, el metal que en los pulmones recoge el oxígeno, al oxidarse, y lo transporta a las células como comburente en la quema de glucosa, grasas, proteínas y alcohol. El hígado convierte la hemoglobina en bilirrubina. Y no para ahí: la une con colesterol para formar la bilis. Gracias a la bilis que vierte en el intestino por el conducto biliar, este puede absorber las grasas y con ella sustancias químicas solubles en grasa como la vitamina A, para la visión; la vitamina D, para el metabolismo de los huesos y el calcio, y la vitamina K, para la coagulación. Todas estas funciones se ven perjudicadas si el hígado está deteriorado.

Las proteínas no son el mejor alimento pero sí el mejor material con el que nos hacemos. También son importantes en la sangre. La albumina, producida exclusivamente por el hígado, es fundamental. Se necesita para transportar sustancias vitales: el calcio y el magnesio, los ácidos grasos, las hormonas esteroides como el estrógeno, la progesterona y la testosterona. Si el hígado no fabrica albumina se resiente todo el organismo, y cuando es tan poca la que hay, el suero de la sangre sale de los capilares: edema hipoproteico. Ocurre porque la albumina retiene el agua; al faltar, se escapa.

El riesgo de hemorragia de los enfermos hepáticos es muy grande. En primer lugar, porque absorben mal la vitamina K, contra la que atenta el Sintrom, el anticoagulante más extendido. Además, el hígado produce otras proteínas: los factores de la coagulación que deben entrar en acción para producir un coágulo de fibrina con el que se sella un vaso roto o rasgado. Los factores de coagulación circulan la sangre inactivos de manera que no interactúan entre sí a menos que encuentren un vaso sanguíneo dañado. Cualquier trastorno de este complejo sistema puede producir hemorragias o hipercoagulación y la consiguiente obstrucción del vaso. Producir factores de coagulación en tiempo y forma es uno de los retos del hígado. Como lo es colaborar en la inmunidad. Porque ahí se fabrican las 30 proteínas del complemento. Es fundamental en la defensa contra los microbios. El anticuerpo, que fabrica el glóbulo blanco, bloquea el antígeno e inutiliza al microbio, pero para eso necesita el complemento. Un hígado que funciona mal compromete la inmunidad.

La relación del hígado con las proteínas no se limita a la fabricación: allí resuelve el difícil problema de deshacerse de su nitrógeno. Los otros componentes son hidrógeno, carbono y oxígeno, los mismos que los de las grasas y los carbohidratos. Resultado de la combustión se produce CO2 y agua, que se expulsa bien por los pulmones y orina. Pero el amonio, residuo del catabolismo de las proteínas, es un reto. Lo resuelve, como siempre, el hígado, que lo trasforma en urea, fácilmente evacuable por los riñones.

Esta capacidad detoxificadora es la que emplea para metabolizar todo tipo de sustancias químicas que ingerimos, incluido el alcohol y la mayoría de los medicamentos. Precisamente el alcohol es uno de los tóxicos más extendidos. En cantidades elevadas hace sufrir al hígado. Acumula grasa, se inflama y mueren sus células: hepatitis alcohólica, un paso para la cirrosis.

El cerebro se protege con el cráneo y un sistema especial que filtra todo lo que llega a sus células: la barrera hematoencefálica. Cómo se protege el hígado, un órgano de extrema importancia, que es precisamente un filtro. A él le llega todo, es la estación depuradora de aguas residuales del cuerpo. Su defensa es la capacidad de regeneración. Tiene un límite. Además, en casos extremos, regenera desordenadamente y esa labor de filtro se compromete: se obstruye la sangre que presiona las venas y se dilatan, las varices, se extravasa el suero: la ascitis.

El hígado es un órgano precioso y preciso para vivir que debemos cuidar. Felizmente, la amenaza de las hepatitis están superadas con prevención, vacunas y medicamentos. Pero otros tóxicos pueden dañarlo. Y como órgano que filtra las sangre, es preferente para las metástasis, la forma de cáncer que más le afecta. Una vida saludable es el mejor seguro para tenerlo.

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