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Ramón Pérez

El club desplomado

El histórico Hércules envejece de la peor manera posible. Hastiado, vulgar, incapaz, con una ciudad y una afición ajena al ruido moribundo. Ninguneado por rivales y estamentos. Cada cual más preocupante. Poseedor desde siempre de unos altibajos groseros, ahora afronta uno de sus picos más chabacanos, probablemente el más inquietante deportivamente hablando. Después de mes y medio de competición es colista en Segunda B y contempla con pasmo cómo pasan las jornadas sin que llegue el primer triunfo.

Con ocho meses de Liga por delante resulta tabú hablar del espectro de la Tercera División, pero la realidad dicta que el equipo, que lleva un punto de 18, está a dos partidos de salir del descenso. El drama llega pocos meses después de rozar el retorno a Segunda. Tan pronto como vino, se fue. Y no queda nada. O no lo aparenta. El Hércules siempre hubo de bajar a los infiernos para resurgir con más fuerza, pero lleva 20 años, seguramente algo más, en caída libre. Con un pequeño paréntesis. Tan brillante como fugaz. Muy fugaz. El problema actual es que el abismo que asoma es de los que atrapa para siempre. De los que obliga a hablar en pasado.

Superado el entuerto de la multa de Bruselas, la soga más inminente del club, reaparecen fantasmas nuevos. O quizás los de siempre. El mejor resumen de las dos décadas con Enrique Ortiz son los números: un año en Primera, ocho en Segunda y 12 en Segunda B. El empresario salvó al club de la desaparición en 1999, pese a que varios cargos públicos de la ciudad apostaron por el cierre definitivo, y pretendió darle una estabilidad que apenas encontró. Desde entonces el Hércules ha afeado su imagen, su trayectoria en el fútbol español y se ha convertido en un club que camina sobre el fuego de urgencia en urgencia.

El pasotismo de la grada que sugirió en su día Koldo Aguirre planea de nuevo sobre una ciudad que se emociona en los contados días grandes, pero que vive con cierta indiferencia los trastazos del Hércules. El público fiel apuntó a Javier Portillo, el director deportivo, hace algo más de una semana tras el sopapo del Orihuela y cada vez le quedan menos responsables contra los que dirigir su ira. Lo único bueno a lo que aferrarse es el día que marca el calendario. Y rezar para que Jesús Muñoz dé con la tecla para remendar a una plantilla llena de cicatrices. Para que les mentalice de cambiar el traje: ya no vale el esmoquin del «play-off», ahora toca el mono para sacar al club de la ceniza. Ya habrá tiempo para todo lo demás. Y para poder encarar con decencia un centenario que se acerca cada vez más, pero al que se está llegando más perforado que nunca.

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