Efectivamente, parece que las calamidades nunca vienen solas. El refranero español ya lo recoge cuando nos recuerda que «A perro flaco, todo son pulgas». Esta moraleja hace referencia a cómo las desgracias se ceban con los pobres, los débiles, los más abatidos. Tres semanas después de la terrible inundación que hemos sufrido en la Vega Baja sus habitantes también andan abatidos. Y como a «perros flacos», ahora sobre ellos sobrevuelan calamidades y plagas de todo tipo que pretenden acabar con cualquier brote de alegría en esta comarca del sur de la Comunidad Valenciana.

La primera de las plagas tardó poco en llegar y tiene el nombre de un mosquito (Aedes albopictus) o «mosquito tigre». El mosquito tigre que solo necesitan una pequeña superficie de agua para reproducirse, encontró en el lodo y las aguas estancadas, tras las inundaciones y en el calor la combinación idónea para su reproducción masiva. Y así, como una plaga egipcia, los mosquitos se adueñaron de los atardeceres de los pueblos del bajo Segura, añadiendo un grado más de preocupación, de molestias y de malestar a los vecinos que seguían sacando fango del interior de sus casas.

La segunda de las plagas acaba de aterrizar y tiene forma de «hombres de negro». Peritos del consorcio y peritos de todo tipo de seguros están anegando la Vega para valorar los daños que ha producido la crecida de las aguas en comercios, casas y tierras de cultivo. Los que en un principio se creía que traerían un poco de comprensión y de empatía con los damnificados, pronto han mostrado su verdadera catadura moral y a quién sirven. La mayoría de ellos, con cara de enfadados, resentidos y totalmente a la defensiva, desconfiando hasta de su propia sombra y como si las ayudas saliesen de sus bolsillos, negocian a cara de perro, siempre a la baja, el valor de las cosechas y enseres que en pocos minutos arrasaron las aguas. Cuando los «hombres de negro» acaban su labor y abandonan a las familias afectadas, éstas se quedan con un listado de enseres que pueden ser reparados, con paredes que solo se pintarán hasta donde mojó el agua, con electrodomésticos que no se cubren al no ser de primera necesidad, con que solo indemnizarán la cuarta parte de la fruta de un árbol ya que el agua solo lo cubrió hasta la mitad, con multitud de frutales secos que dicen que estaban así antes de las inundaciones y con un puñado de euros con los que no llegarán ni a la cena de Nochebuena.

La tercera plaga va y viene según intereses de partidos políticos y los resultados de las encuestas. Los políticos fueron los primeros en aparecer, con cara de preocupación, en pleno encharcamiento de la Vega Baja. Se les veía viajar en helicópteros de un lado para otro tratando de ver el alcance catastrófico de aquella gota fría. Tardaron poco, bastante menos que los mosquitos, en largarse, en volver a sus hogares. Y nunca más se supo. Los políticos que aquí quedaron, alcaldes, alcaldesas, diputadas y conselleres tampoco es que se les haya visto patear mucho las zonas afectadas, como en todo, hay excepciones. Algunas corporaciones municipales aprobaron y así lo anunciaron a bombo y platillo, el retraso de un mes en el pago del IBI «Impuesto de bienes e Inmuebles». No creo que piensen que en un mes ya se haya normalizado la situación. Imagino que sabrán que, dentro de un mes, más o menos, se recibirán los pocos euros prometidos por ser declarada la Vega zona catastrófica. Los mismos euros con los que los ciudadanos, ahora sí, devolverán pagando el impuesto de sus bienes, aunque estos sigan llenos de fango.

La cuarta plaga tardará en llegar, pero llegará, seguro llegará. Poco antes de la próxima Navidad, veremos por la huerta de la Vega Baja merodear a intermediarios y especuladores buscando los pocos o muchos frutos que todavía queden en las huertas, sobre todo granadas, naranjas y limones. Con un poco de suerte se los llevarán sin que el huertano reciba ni un euro por ellos. Otros agricultores tendrán que pagar para que se lleven su propia cosecha y así podrán trabajar, invertir horas y dinero para que los frutales vuelvan a producir al año siguiente y con un poco de suerte tener una cosecha más.

Un hijo se afanaba en que el tránsito inminente de su progenitor hacia la muerte fuese lo mejor posible. En su angustia y sin saber qué hacer más, le pregunta: «¿Muere usted a gusto, Padre?», a lo que el interrogado responde: «Qué remedio me queda, hijo mío». La Vega Baja agoniza. Las plagas que tendrá que sufrir, la incomprensión y el abandono ralentizarán su recuperación, pero sin que quepa la menor duda, se recuperará, como tantas otras veces. Mientras tanto cada palo que aguante su vela y ahora también y más que nunca «Fuerza Vega Baja».