«Podemos estar orgullosos de lo que hemos hecho, pero deberíamos estarlo mucho más de lo que no hemos hecho».

Emil Cioran (1911-1995), filósofo rumano.

Es de sobra conocido, gracias a lógica aristotélica, que lo que conocemos como afirmación del consecuente (otros prefieren el término error inverso e, incluso, «non sequitur»), es una falacia formal en la que muchos humanos incurren al inferir que afirmando el antecedente estamos en disposición de autorizar el consecuente. Este razonamiento resulta, sin embargo, erróneo porque la verdad de las premisas no garantiza la verdad de la conclusión. Veamos este ejemplo ilustrativo escogido al azar: 1) Un palacio de congresos crea riqueza. 2) Carrús es un barrio pobre. 3) En consecuencia, si plantamos ahí un palacio de congresos, se convertirá en un barrio rico. Aun cuando ambas premisas son verdaderas, la conclusión podría (dejémoslo en condicional) ser falsa.

Vamos con otro tipo de falacia, en este caso de la variante «ad verecundiam», o sea, argumento a la autoridad, también denominada «magister dixit» por los finolis: 1) Si se dan determinados condicionantes puedo revocar un contrato mercantil sin indemnizar. 2) En el Mercado Central se dan condicionantes, aunque no sé si los suficientes. 3) Luego puedo rescindir sin indemnizar, porque sí. En este caso, es un razonamiento falaz que alude al prestigio o cargo de la persona o grupo dicente pero sin aportar razones apodícticas (y mucho menos informes).

Llegados a este punto, habrá lectores y lectoras (especialmente estas últimas, mucho más perspicaces), que dirán: sí, de acuerdo, pero ¿no olvidamos en estos razonamientos el «modus tollendo tollens»? En efecto, porque este latinajo, también conocido como regla de negación del consecuente o ley de contraposición, nos advierte de que si una primera afirmación lleva implícita una segunda afirmación, y la segunda afirmación no es verdadera, se puede inferir que la primera no puede ser verdadera.

Dicho lo cual, todo es verdad o mentira según el método epistemológico con que lo miremos. Y no recurramos al mundo cuántico, donde, como también sabemos, una cosa es y no es al mismo tiempo, y puede estar aquí, allá, en ningún sitio o en varios a la vez. Vamos, como el dichoso palacio de congresos. Aunque el alcalde, como ha vuelto a insistir estos días, solo lo ve en Carrús, rodeado de hoteles y servicios de todo tipo, desde restaurantes para «foodies» hasta negocios de alquiler de patinetes eléctricos y a gas natural. Y lo ve, además, como un elemento nuclear que irradiará riqueza a todo el barrio y elevará las rentas de sus 60.000 habitantes de tal manera que en pocos años dejará de ser el distrito más pobretón de las grandes ciudades de España. Es la visión de Carlos González y su equipo (aunque alguno/a de sus ediles aún la vea desenfocada, a falta de graduación), y no tiene por qué acabar siendo un «tollendo tollens» porque lo digan los empresarios, que ya se sabe que van a la suya.

González no tiene otra misión en estos primeros y tranquilos meses de legislatura que convencer a empresarios, profesionales, asociaciones, colectivos, plataformas, sindicatos, comunidades vecinales, clubes deportivos y de juegos de mesa, trabajadores autónomos, fijos, temporales y fijos discontinuos, y a una vecina recalcitrante de su bloque, de que el solar de Jayton es el lugar donde se plantará la semilla del resurgimiento de Carrús (con la ayuda de unos cuantos millones más de los fondos Edusi). Igual está en lo cierto, quién sabe. Si, en su momento, Alejandro Soler hubiese plantificado la noria mirador del Palmeral al final del paseo de la Estación, quién sabe si no seríamos ahora un referente nacional en norias y miradores, con afluencia permanente de turistas, cruceristas y estudiosos de los parques de atracciones. El exalcalde socialista no pudo hacer realidad su visión por la crisis y ya ven lo que tenemos ahora en su lugar: una bandera «king size» que ni atrae turismo ni crea riqueza en derredor. Consecuencia: el cierre de los restaurantes de los parques Municipal y Deportivo, del Ñam-Ñam y hasta de un chino cercano, que ya es decir. Así que ojito con cargarse las visiones de los alcaldes.

Y ojo también con la visión que González tiene de un nuevo mercado central completamente rehabilitado (conservando, eso sí, los paramentos y cubiertas racionalistas), con los placeros felices y contentos en sus nuevos puestos, sin aparcamiento subterráneo pero con varias estaciones de BiciElx, rodeado de los baños árabes y demás restos arqueológicos, resaltados con luces de colores. Y todo ello mientras mujeres y hombres concienciados lavan ropa en el agua que corre alegre por el descubierto ramal de la Acequia Mayor, y personal más ocioso disfruta del tapa-caña y otros platos más elaborados en la multitud de gastrobares, gastrorrestaurantes, gastrokebabs y gastrochurrerías del nuevo edificio... Una bella visión del alcalde que, sin embargo, los vendedores no acaban de ver aún. Y eso que se la explicó con simulaciones virtuales reforzadas con gesticulaciones y muecas. Así y todo, no lo ven; y si no lo ven, no pueden explicarle a la concesionaria del embolado lo bonito que será todo si hay una rescisión amigable.

La empresa concesionaria va a su bola, ajena a los sofismas del alcalde. Lo que quiere es meter ya la piqueta y dejar expedito el solar para empezar a construir. ¡Quieto parao!, replica la primera autoridad. Aquí no se derriba nada ni se va a excavar más, pese a que desde la conselleria, entusiasmados con los hallazgos, piden que sigan horadando. Nada de eso: ya está bien de desenterrar muertos, tinajas y capiteles mozárabes como si no hubiera un mañana. Lo ha explicado enérgico, aunque con el pausado tono intrínseco en él, el portavoz del gobierno local, Héctor Díez: «Estamos metidos en un bucle». Acabáramos. Ya lo sospechaba mucha gente: «Xè, a mí me esto del mercado me parece un bucle, y de los gordos», se ha oído comentar a más de una persona conocedora del asunto. Supongo que el edil socialista no se refiere a la única acepción que admite la RAE de este término -rizo de cabello en forma helicoidal-, sino a lo que los posmodernos denominan «loop», una secuencia que ejecuta repetidas veces el mismo fragmento de código. El ejecutivo local quiere salir del tirabuzón mercantil negociando la rescisión por las buenas o por las malas, con una DUI (Declaración Unilateral de Interrupción) contractual. Adelante, pero cuidadín con los bucles, porque son traicioneros y, además de darte en un ojo, pueden acabar succionando también al palacio de congresos, e incluso hacerlo desaparecer entre códigos binarios, como ha sucedido con el auditorio. Seguiremos atentos/ seguiremos atentos/ seguiremos atentos...