El razonamiento es una metodología de construir una conclusión mediante un proceso mental basado en la lógica y en la ciencia que puede ser jurídica o de la que resulte precisa para dar una respuesta a un caso concreto. Pero es una técnica clásica que parece que está ahora, desgraciadamente, en desuso, porque se busca y se consigue más la irracionalidad que la respuesta razonada.

La razón ha pasado a un segundo plano para dar paso a la respuesta del criterio infundado y basado en el ímpetu del momento, lo que por su propia impetuosidad excluye de plano y por completo el empleo del razonamiento. Y no se sabe si denostar por completo el razonamiento viene derivado por una necesidad y un interés de quienes no quieren que se razone, porque no interesa en absoluto el discurso del argumento por ser contrario a los intereses particulares de quien apuesta por la irracionalidad, y por la respuesta del sentimiento o el ímpetu más que por la razón que pueda utilizarse para descubrir la verdad.

Esto nos lleva a otra cuestión más relevante acerca de lo que constituye la verdad, porque ahí nos ponemos a jugar un partido complicado, porque la verdad podrá ser una u otra según el enfoque o prisma desde donde se mire. Y lo que para unos es la verdad, para los que piensan de otra manera es la mentira. Ello convierte a la verdad en un fin o búsqueda difícil de consensuar. Sin embargo, esta búsqueda de la verdad sí que puede ponerse encima de la mesa bajo el abrigo de quienes sostengan unos y otros criterios acerca de lo que para ellos es la verdad, y aquí es donde se podrá descubrir quién está más cerca de la verdad, porque analizando los argumentos de cada parte y poniéndolos en una hipotética balanza se podrá aventurar de qué parte se decanta más la misma. Sin embargo, en estos posicionamientos esa búsqueda de la verdad solo podrá conseguirse mediante el instrumento del razonamiento, constituyendo un grave error que la misma se pretenda conseguir mediante el uso o empleo de la irracionalidad.

El problema es que el uso de la irracionalidad está más extendido que el razonamiento. Además, los que emplean el primero quieren apoderarse de «su razón» para vencer a los que quieran razonar con argumentos cada cuestión que surge en su entorno y que debe analizarse para comprobar cómo se puede enfocar. La razón se erige, así, como el antídoto de lo irracional, lo salvaje, lo desbocado, y del ímpetu de lo que es irreflexivo. Porque estas últimas formas de actuar son las que se imponen con más frecuencia por medio de la orden y de la obligación generada por quien más grita o quien más exige.

El problema es que el uso de la razón como argumento se quiere dejar al margen cuando se utiliza porque se prefiere optar por la irreflexión o el lenguaje del ímpetu irracional. También puede ser que cuando no se tiene razón se prefieren utilizar otras vías más vinculantes por la fuerza. Y ello, porque parece que es más fácil procurar imponerse por el volumen de la palabra que por la fuerza de la razón, porque cuando los argumentos son poco sólidos o inconsistentes saben que con la razón no se gana y se utilizan ante ello otros instrumentos u otras armas ajenos al uso de la razón.

En definitiva, que o hacemos lo posible para exigir usar el fundamento de la razón como respuesta a las discusiones ante distintos temas, o seguiremos navegando en la irracionalidad de la respuesta que le damos a cada uno de los problemas personales o colectivos que se viven en la sociedad.