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Matías Vallés

El libro fundamental de Edward Snowden

El alertador enseñó al mundo a teclear el ordenador bajo una manta

Si este año solo vas a leer un libro serio, aparte de las dos docenas de thrillers, que sea este. Pero antes de nombrarlo, conviene recapitular.

La magnitud de la peripecia de Edward Snowden, trabajador subcontratado por la CIA y la NSA que efectuó la mayor extracción de material secreto de la historia, se divulgó en toda su magnitud con el documental Citizenfour de Laura Poitras, ganadora de un Oscar por su narración in

situ del periplo del programador desde Hawai a Moscú, pasando por Hong Kong.

En la película aprendimos también que para teclear en el ordenador con cierta privacidad, hay que colocarse debajo de una manta. Después de

dejar el móvil en el congelador. Vendría a continuación el libro Sin un lugar donde esconderse, del temperamental periodista Glen Greenwald, a quien había contactado Snowden por considerarlo inmune a las presiones. Oliver Stone no podía desaprovechar la oportunidad de canonizar al lanzador de alertas, que reveló al mundo que todas las comunicaciones privadas estaban comprometidas para la eternidad. El resultado fue la película Snowden, una producción precipitada con el siempre antipático Joseph Gordon-Lewitt en el papel protagonista, amén de una escena final con el auténtico delator.

Los productos culturales anteriores garantizaban a este informático sin estudios una preeminencia sobre Julian Assange, y colocaban sus dotes

proféticas a un paso del olímpico Steve Jobs. Había llegado por tanto la hora de sacudir al pelele. El encargo recayó en el respetable Edward Jay Epstein, que efectuó su asesinato del personaje en Cómo América perdió sus secretos: Edward Snowden, el hombre y el robo. La investigación demoledora era contraproducente, las infidelidades mutuas entre el programador y su hoy esposa Lindsay Mills no cancelaban la liberación de secretos ni el magnetismo del chivato asilado por Putin. Alan Rusbridger, legendario director de The Guardian y pianista, detalló

la espinosa relación de su periódico con Snowden antes de desvelar al mundo sus secretos, en el libro La reconstrucción del periodismo. En

efecto, ya solo faltaba la versión autógrafa del protagonista de una de las mayores aventuras individuales de la humanidad, el hombre que se

burló de un imperio. Cabe reconocer que Vigilancia permanente, traducción solo aproximada del Permanent record original, es la mejor obra sobre su autor. Estas memorias de Snowden contra la memoria imborrable constituyen además la mejor aproximación a una sociedad en la

que todas las personas serán culpables, porque no habrá forma de demostrar lo contrario. Supera en pedagogía al cacareado La edad del

capitalismo de la vigilancia, de la profesora Shoshana Zuboff.

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