Si Òmnium Cultural, la Asamblea Nacional Catalana y los CDR fueron los organismos desde los que el movimiento independentista catalán articuló las protestas, las manifestaciones y el intento de referéndum contra el Estado español en octubre de 2017, en su fase actual de protesta contra la sentencia del Tribunal Supremo, el movimiento ha variado su estrategia creando un nuevo organismo de lucha que supone una verdadera innovación frente a las organizaciones mencionadas anteriormente que se movían dentro de los clásicos esquemas de los movimientos sociales tradicionales. Inspirado parece ser en las pasadas protestas sociales en Hong Kong contra el Estado comunista chino, su objetivo es tratar de evitar la persecución policial y judicial y ganar en eficacia aumentando su capacidad de protesta y movilización social, articulando lo que ellos consideran como movimiento de desobediencia civil y cuya eficacia creen haber constatado en el bloqueo del aeropuerto de El Prat. Esta nueva forma de organización es la que los independentistas denominan Tsunami Democrático, porque, como en los tsunamis naturales, se trata de organizar la protesta como una forma de desobediencia civil no violenta (la realidad de lo ocurrido estos días no parece avalar por cierto tal finalidad o al menos se ha alejado mucho de ella), que se asemeja a tsunami, esto es, «una ola imperceptible que nadie ha sido capaz de detectar, que se va formando subterráneamente y que toma en un momento velocidad de propagación e intensidad que nadie puede detener».

La organización de esa clase de movimiento social se basa en la tecnología «blockchain», en la que las acciones de protesta se preparan, dicho sea como ejemplo, como si fueran un gran puzle del que los participantes se reparten las piezas, una para cada uno, sin que nadie conozca qué pieza tiene el de al lado y ni siquiera quién tiene alguna de las piezas, cuántas piezas hay o en qué consiste cada una de ellas. Las piezas del puzle solo tendrán sentido una vez que se unan todas y se conoce la acción de protesta. La finalidad es que cada uno de los participantes no conozca el objetivo final de aquélla hasta el último momento, evitando así las fugas de información y las acciones de las autoridades para desmontarla. O incluso el contactado pueda desactivarse del movimiento actuando solo en el papel o la misión concreta que le ha correspondido, de modo que los papeles van cambiando y el grupo que comenzó a desarrollar una idea rara vez es el mismo que la acaba. De ese modo los participantes no se conocen entre sí, y ni siquiera tienen información de quiénes son los dirigentes u organizadores de las acciones de protesta. Con lo que el secreto final de aquéllas queda perfectamente guardado y con ello el elemento sorpresa de tal acción planeada.

Esa técnica organizativa parece que ya comenzó a utilizarse para la ocultación de las urnas en la preparación del referéndum ilegal de 2017 y ahora se ha generalizado y con ella se ha organizado la ocupación del aeropuerto de El Prat. La participación y comunicación entre los miembros de la acción de protesta se realizan a través de la afiliación a un canal de Telegram desde donde se desvelarían en el momento oportuno las acciones de protesta a llevar a cabo. La afiliación a esa nueva red parece que ha alcanzado ya los 300.000 seguidores. Y ahora en estas últimas semanas Tsunami Democrático ha creado una aplicación informática que no está entre las de uso público ordinario. A esa aplicación sólo se puede acceder a través de un código QR, tratando de evitar con ello «trolls» e infiltrados. Quién, cuándo y cómo se organizó Tsunami Democrático es todavía un misterio que el Ministerio del Interior y los servicios secretos siguen investigando. Basta escuchar las declaraciones del ministro del ramo, sus balbuceos y cara de perplejidad cuando habla de ello. Lo cierto es que el único portavoz de Tsunami Democrático que hemos conocido es Pep Guardiola, que ha salido en un vídeo de esa organización pidiendo apoyo para el movimiento independentista a las sociedades civiles de los países democráticos, sin incluir entre ellos, me imagino, a Qatar, el Estado árabe del jeque propietario de su club y quien le paga, y que, dicho sea irónicamente, es bastante menos democrático que «el Estado autoritario» que para él y los independentistas es el Estado español.