Esta semana no les voy a hablar de literatura, sino de música. Al fin y al cabo considero que componer canciones encierra un componente lírico de gran relevancia. No en vano, aunque debo reconocer que la decisión no fue del todo de mi agrado, en el año 2016 se le concedió el Premio Nobel de Literatura al mismísimo Bob Dylan.

La canción que me gustaría recomendarles lleva por título I Love Paris y fue compuesta, en 1953, por Cole Porter como parte del musical Can-Can, que alcanzaría una gran notoriedad cuando fue llevado al cine en 1960, en la película del mismo título dirigida por Walter Lang y protagonizada, nada más y nada menos que por Frank Sinatra, Shirley MacLaine y Maurice Chevalier.

De todos modos, aunque los fans acérrimos de Sinatra, entre los que se encuentra un grandísimo amigo mío, lo considerarán poco menos que un anatema, yo debo confesarles que a mí la versión de esta canción que más me gusta es la de la grande entre las grandes Ella Fitzgerald; sobre todo ese momento sublime del estribillo, cuando su maravillosa voz entona aquello de I love Paris in the springtime/I love Paris in the fall/I love Paris in the winter when it drizzles/I love Paris in the summer when it sizzles ( Me encanta París en primavera/me encanta París en otoño/me encanta París en invierno cuando llovizna/me encanta París en verano cuando chisporrotea).

Claro que amar París en cualquier época del año, incluso enamorarse allí como dice la canción, no es difícil. Sin embargo, hay otras ciudades que no son París pero también enamoran porque son amables con el ciudadano. Definir lo que es una ciudad amable con el ciudadano es complicado, porque es posible que cada uno tengamos una idea diferente de este concepto. Pero sí hay ciertas cuestiones que podríamos establecer como denominador común.

Yo suelo viajar en verano por España, especialmente por el norte. Mi mujer y mi hijo se ríen de mí porque me dedico a hacer fotos a los contenedores de basuras soterrados, a las señales que anuncian las zonas peatonales o a los puntos de recarga de vehículos eléctricos. Claro, cada uno se fija en lo que no tiene, y Elche no cuenta con ninguno de ellos.

Lo que es evidente es que ciudades de un tamaño similar o un poquito mayor que Elche, como Gijón o La Coruña, cuentan con todos esos elementos. Pero es que ciudades más pequeñas, como Oviedo, León, Palencia, Pontevedra? han sabido convertirse en ciudades amables para el ciudadano y son una envidia para los que las visitamos, sobre todo si somos ilicitanos.

Por otra parte, Elche necesita que se cuiden algunos pequeños detalles que son los que hacen las ciudades atractivas. Se habla mucho, por ejemplo, de la decadencia comercial del centro, pero no se habla de su decadencia física. El centro, al fin y al cabo, es un barrio más y necesita un mantenimiento y una mejora. Lo que nos lleva a la tan comentada peatonalización. Es obvio que la peatonalización del centro se debe llevar a cabo, siempre dentro de un paradigma general que permita un cambio de hábitos de los ciudadanos. Eso se conseguirá con una reestructuración integral del tráfico (no es lógico que sea más fácil salir de la ciudad que entrar) y un fomento del transporte público y de aparcamientos disuasorios, conectados con ese transporte público.

Pero si esto es válido para el centro, también debería serlo para el resto de barrios. Esas zonas peatonales, ese entorno más amable y esa apuesta por la sostenibilidad deben llevarse también a los barrios y a las pedanías con núcleo urbano grande.Claro que en este epígrafe hay cuestiones que no dependen de nosotros y que acarrean el lastre del secular abandono que ha tenido Elche por parte de otras administraciones, de diferente signo. Me refiero a las grandes infraestructuras, sin las que muchas de las actuaciones destinadas a hacer una ciudad más libre de automóviles, están destinadas al fracaso y a sumirnos en el caos. En este apartado cabría destacar las conexiones ferroviarias, que parece que a nadie interesan, y la mejora de las infraestructuras viarias a su paso por nuestro término municipal, así como a la finalización de las conexiones con el aeropuerto y la compleción de la circunvalación EL-20.

Ahora bien, existen otras cuestiones que sí dependen estrictamente del ámbito local y que se podrían acometer. Una de ellas es la relacionada con la vivienda. Son notorias, por ejemplo, las dificultades de los estudiantes de la UMH y del CEU para encontrar viviendas de alquiler. Se comenta, incluso, que muchos de ellos optan por alquilar un piso en Alicante o Santa Pola y desplazarse a diario a Elche. La ausencia en nuestra ciudad de estos estudiantes, nos priva del valor añadido que darían a la economía de Elche y al ambiente de sus calles; pero para conseguir que se queden en Elche habría que ponérselo más fácil, aunque es obvio que el mercado inmobiliario y del alquiler es el que es, y que se trata de un sector sometido a los avatares del mercado libre. Retomando los efectos positivos que los estudiantes universitarios pueden suponer para la ciudad, todos hemos contemplado como una zona que estaba entrando en franco proceso de liquidación, por decirlo de una manera gráfica, como era la de la Plaza Reyes Católicos, ha visto cambiar por completo su fisonomía desde la implantación del CEU en el edificio de los antiguos juzgados.

La imbricación de la universidad con la ciudad es altamente beneficiosa. Por eso, también deberíamos conseguir «acercar» de alguna forma la UMH a la ciudad. No me refiero con ello a un acercamiento «simbólico» o «afectivo», ni siquiera a la propuesta de la instalación de una sede permanente de la Universidad en el centro de la ciudad, aunque sería algo positivo, sino a un acercamiento físico y real. Por algo Elche, al contrario que el resto de ciudades, pagó por los terrenos para instalar su universidad.