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Leonardo, cinco siglos después

Sobre la vida y obra del genio del Renacimiento

El pasado mayo se cumplieron 500 años de la muerte de Leonardo da Vinci, villa natal esta en la Alta Toscana no lejos de Florencia. La desgracia o la suerte de Leonardo fue que, aunque no tuvo mujer, sí tuvo dos novias -la Ciencia y el Arte-, las que, a diferencia de lo habitual, se llevaban tan bien que eran complementarias pero, a la vez, tan absorbentes que no le dejaban tiempo para otros entretenimientos. Se dice que en aquellos años de mediados del siglo XV, cuando nació Leonardo, los hijos bastardos eran cosa tan natural y tan bien vista que tenían reconocidos sus derechos de paternidad. Por eso su padre, el joven y rico notario Piero del Vaca, no se casó con la madre, la guapa mesonera Caterine, pero le buscó un buen marido, se ocupó de la economía doméstica y, más adelante, alojó al hijo en casa de sus abuelos paternos, que se encargaron de su educación artística, pues el niño ya apuntaba alto. Tras un tercer matrimonio, al fin su padre le dio siete hermanastros, con quienes compartiría herencia. Si, conocida la trayectoria de Leonardo, se llega a la conclusión de que era un genio, cabe la sospecha de que la conjunción de genes tan dispares causara el milagro.

Leonardo (1452-1519) fue un niño tan inteligente y precoz que aprendió tan pronto a leer y a escribir que le sobraba la escuela, y así lo entendieron sus maestros, que toleraban sus ausencias para visitar a su madre y para aprender de la observación de la naturaleza y de la arquitectura. Su gran habilidad para el dibujo le orientó hacia el arte, y su gusto por la ciencia hacia todas sus ramas: matemáticas, geometría, arquitectura, física y demás, que serían la base de toda su futura actividad de construcciones, desde palacios e iglesias hasta establos, burdeles discretos y molinos de viento de techo giratorio. Por naturaleza era un perfecto dibujante, base de su arte pictórico. A sus 17 años, por recomendación y pago de su padre, entra a trabajar en el taller del competente orfebre y escultor Verrocchio, donde aprendió todo lo relativo a las artes. Lo mejor del cuadro de este taller "El bautismo de Cristo", uno de sus dos ángeles, fue obra de Leonardo, y al ver el maestro que el alumno le superaba, dicen, dejó de pintar. También participó en "La Anunciación", pero su primera obra exclusiva fue "La Virgen del clavel" o "Madonna Benois", una madre de tiernísima sonrisa para un niño mofletudo que mira la flor con recelo al verla como símbolo de su Pasión. Conviene decir en este punto que, dadas las circunstancias bélicas de los estados y ducados italianos, la itinerancia de Leonardo (Florencia, Pavía, Milán, Venecia, Roma y Francia), la necesidad de ganarse la vida por mecenazgos (Médicis, Sforza, Borgias, el Papa, los Duces de Venecia y el rey de Francia), los constantes cambios de actividad -de arquitectura, ingenios bélicos, inventos de vuelo o submarinismo-, escritura de numerosos tratados, organización de fiestas y escenas teatrales o musicales, su propia capacidad de tocar instrumentos musicales, así como su trabajo artístico, de escultura, dibujo y pintura, sería insensato entremezclar todos estos elementos, cronología, ciudades, mecenas y obras en unas líneas.

Para su labor de creación científica e inventiva, nada mejor que referirse al Museo de la Ciencia y de la Técnica de Milán, a sus guías o a los propios escritos y dibujos de Leonardo, sobre ingenios mecánicos y bélicos, y sobre anatomía del cuerpo humano, fruto de sus numerosas disecciones. Respecto a escultura se puede mencionar su participación en el relieve a sus mecenas los Médicis, y la que pudo ser su obra maestra, la enorme estatua ecuestre de Francesco Sforza, en Milán, que sólo pudo realizarla en yeso, por no poderla fundir en bronce que se necesitó para fabricar instrumentos de guerra; el yeso acabó destruido por la soldadesca francesa, como diana de sus disparos. De todos modos, ni aun así hubiera podido competir en ese arte con Miguel Ángel, con sus "David", "Moisés", Capilla de los Médicis, "La Piedad" y demás. Buena parte de su tiempo lo ocupaba en escribir 7.000 páginas, que él dice 120 libros, como el "Tratado de Pintura", el "Tratado Militar" y el "Códice Atlántico". Ciñámonos, por tanto, a los principales dibujos y pinturas de Leonardo, empezando por decir que, con independencia de su notable valor artístico, dos de ellas son las más universalmente famosas: el mural de "La Santa Cena" y "La Mona Lisa".

Pero volvamos al taller de Verrochio donde habíamos quedado; encontramos a Leonardo con su primer cuadro al óleo sobre madera, de tema profano, el retrato de Ginevra Benci, muy en primer plano, con gesto muy serio, piel pálida y un enebro oscuro de fondo. Le sigue el cuadro de un "San Jerónimo" en el desierto, con rostro de sufrimiento, de colores ocres y oscuros. Por influencia de su padre, Leonardo realizó "Adoración de los Magos'', un buen dibujo con muchas figuras, poco coloreadas en tonos ocres, para un convento agustino de Florencia. Hacia 1480 Leonardo deja Florencia para la realización, en la Milán de los Sforza, del monumento ecuestre referido, pero fue una orden religiosa la que le encargó un gran óleo sobre madera, "La Virgen de las rocas", que resultó más colorista de lo habitual en Leonardo, de tonos vivos, fondo oscuro, con María abrazando a Juan Bautista niño, el Niño Jesús que le bendice y un ángel. Este cuadro se vendió y Leonardo tuvo que pintar otro igual, sólo que San Juan lleva ahora su simbólica vara en forma de cruz. Este, como otros cuadros de Jesús y Juan niños, contradice el hecho de que Juan y Jesús nunca se encontraron de niños. En este fin de siglo XV, Da Vinci escribió el libro "De la figura humana", y tras tres meses de mediciones de cuerpos de hombres, vio que la figura humana no encajaba a la vez en un círculo y en un cuadrado acoplados, como se había dicho, sino en uno u otro según la extensión o no de los miembros, lo que le llevó a su dibujo más divulgado del "Hombre de Vitruvio", que aparece en las monedas italianas de uno y dos euros. Al fin Leonardo pudo tener unos ingresos asegurados como pintor de cámara de Ludovico Sforza y realizar uno de sus más hermosos cuadros, "La dama del Armiño", la guapa y dulce amante favorita de Ludovico Sforza, Cecilia Gallerani, y el no tan hermoso de "La Belle Ferroniére". La que sería esposa de Sforza, Beatrice d'Este, hubo de esperar para conseguir un retrato de perfil; un cartón preparatorio, carboncillo, tiza negra y pastel, que probablemente nunca llegó a pintura. La pintura mural -templeóleo- "La última Cena", en el refectorio del convento de Santa Maria delle Grazie, es sin duda la más valiosa obra pictórica del "uomo universale". Representa a un Jesús sereno que acaba de decir: "Hoy, uno de vosotros me hará traición", lo que provoca un sobresalto y gesticulación en los apóstoles, agrupados de tres en tres a los dos lados de Jesús.

No es extraño que el perfeccionismo de Leonardo en buscar las expresiones adecuadas de cada personaje le hiciera tardar tres años en concluir la pintura. Cuando le reprochaban la tardanza, alegaba que todos los días pasaba horas con el cuadro, y es que andaba buscando por la ciudad rostros que le encajaran. Lo más simpático del mural es que desaloja a Juan de la escena y lo sustituye por una figura femenina, como lo prueba su rostro pequeño, pálido y lampiño, su larga cabellera y su pose, inclinada hacia San Pedro, quien la induce en voz baja a que pregunte a Jesús quién es el traidor. A esta identificación de la mujer contribuye el que la mayoría de los discípulos sean calvos, o con pelo corto, o barbudos, y a su aspecto claramente varonil. Cuando los frailes decidieron hacer un boquete en el muro, para facilitar el tránsito al refectorio, se llevaron con él la parte baja del centro del mural con los pies de Jacobo, Tomás, Jesús, "Juan" y Judas. Pero antes de hacer el boquete de tránsito, un buen pintor anónimo había reproducido el mural, con los pies que faltaban; y junto a los pies de los hombres aparece un piececito de "la discípula amada". Esta travesura de Leonardo de desalojar a Juan de la escena y sustituirlo por una mujer puede significar que Juan no era -para él- el discípulo amado, pues sólo Juan se hace llamar así, a sí mismo, en su evangelio, y que tenía claro que el "discípulo amado" era Magdalena, por la predilección que Jesús expresa en los evangelios canónicos y apócrifos. Cuando los franceses pusieron fin al gobierno de Ludovico, justo a fin del siglo, Leonardo partió hacia Pavía y Venecia en busca de mecenas. Entre tanto, el rey Luis XII de Francia quedó tan impresionado por "La última Cena" y por "La Virgen de las rocas" que encargó a su autor un cuadro en gran formato con Santa Ana, María y los niños Jesús y el Bautista; la pintura nunca se acabó pero sí el dibujo original en cartón (el llamado Burlington House Cartoon), probablemente uno de los mejores dibujos, si no el mejor, de Da Vinci, hoy en la National Gallery de Londres, es un exquisito dibujo inacabado, sólo suavemente coloreado en ocre y amarillo del cabello y tocado de madre e hija; el rostro de María dirige una suave mirada de complacencia a su hijo, y Ana a su hija, una franca y alegre, con unos ojos sombreados con realces blancos.

Dejar el dibujo así fue un acierto, pues el color hubiera encubierto su extraordinaria calidad; los buenos dibujos de los niños Jesús y Juan quedan en segundo plano. De vuelta en Florencia los monjes servitas le encargan un cuadro con Ana, María y el Niño Jesús para el altar de su iglesia. El niño se escabulle de María para abrazar a un corderillo, cuya sismología hace que María trate de alejarlos. A inicios de siglo por encargo del secretario de Luis XII le pinta uno de sus cuadros más hermosos, "La Virgen del huso", con la más bella María de todas las suyas, facciones perfectas, pelo largo y hasta un discreto canalillo; mira a su hijo con preocupación, pues el huso en forma de cruz causa una gran tristeza al niño. También a principios de siglo llegó la Gioconda, o Mona Lisa, el óleo en madera más famoso de su autor; su "enigmática" sonrisa es más bien una media sonrisa, la de sus labios, pues sus ojos miran de través. Aparte de su calidad, un factor importante de su popularidad fue el hecho de que fuera robado y reapareciera misteriosamente dos años después. Poco después, Leonardo pintó "Leda y el cisne", que recuerda las aventuras amorosas del padre de los dioses con mortales y con inmortales. En este óleo sobre madera, tanto Leda como el gran cisne se solicitan y se abrazan amorosamente.

El resultado son dos grandes huevos, de donde salen cuatro traviesos bebés. ¿Quién habría puesto los huevos? Cerca del final de su vida Leonardo pintó dos cuadros de un San Juan ya crecido, "sfumatos" de un mismo modelo masculino en distintas poses, pero muy semejantes en un arte ya en decadencia. Lo que no falta es el dedo índice de Juan apuntando al cielo -"el que vendrá detrás de mí"- pero que también podría interpretarse, por un lego, como un corte de manga a Leonardo, o viceversa. Leonardo, que amaba su patria como el que más, acabó sus días en su país de acogida, alojado y bien dotado, en un castillo cerca de la residencia del rey de Francia, Francisco I, en Amboise, cerca de Tours. Quiso ser enterrado en la iglesia de la localidad, pero, a causa de las guerras de religión de la época, la iglesia y la tumba fueron destruidas. Sólo queda la anotación en el registro eclesial: "En el claustro de esta iglesia fue enterrado el señor Leonardo da Vinci, un gentilhombre milanés, primer pintor, ingeniero y arquitecto del rey...". Aquello ocurrió hace ahora cinco siglos.

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