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Democracia y particularismo

Una respuesta a los nacionalismos y a las mentiras de los demagogos de la política

Particularismo es bloquear la elección de un candidato a Presidente del Gobierno cuando no se dispone en el Parlamento de votos para alcanzar una alternativa diferente. Particularismo significa no respetar los intereses superiores del país. O, en lenguaje de mi aldea: particularismo es cegar para que otros no vean. Particularismo es, también que media Cataluña haya dejado muda, sin voz, a la otra media, tras engañar fácilmente a los sucesivos gobiernos de Madrid, que han olvidado la idea de origen español (Antonio de Nebrija, 1492) de que "la lengua es compañera del imperio". El tema del particularismo español es tan viejo que ya el griego Estrabón habla en el s.I a. C. "del orgullo secesionista de los peninsulares". "Lejos de asombrar cómo han sobrevivido los particularismos regionales hispanos -escribe Sánchez Albornoz-, sorprende que se haya salvado de tantos dislates la unidad española". El resultado de las elecciones generales del próximo 10 de noviembre puede no resolver, por sí mismo, el bloqueo político a que dieron lugar las pasadas elecciones del 28 de abril. Sólo el mensaje claro de los electores puede conseguir que los partidos políticos busquen un acuerdo que supere el impasse actual. A medio plazo debiera postularse, a nivel del Estado, una reforma legal semejante a la Ley del Principado de Asturias 6/1984, de 5 de julio, del Presidente del Consejo de Gobierno que, en el art. 3º del Título Primero, impide que se pueda ejercer el bloqueo en la elección del Presidente por parte de los que alcancen menos votos en el Parlamento. Nuestros antecedentes nacionales no son muy halagüeños. Por ejemplo, ¿cómo explicar que la Orquesta Nacional, sostenida con fondos que pagan todos los españoles, sólo actúe en Madrid? No se trata de pedir que la Orquesta Nacional vaya de pueblo en pueblo, como si se tratara de una charanga. Pero, ¿no es Barcelona par de Madrid? ¿No debería -ahora quizás es tarde- nuestra primera orquesta nacional repetir las actuaciones entre las dos grandes urbes, tal como sucede en cada autonomía con las orquestas regionales? ¿Hubiera sido oportuno, en la última transición a la democracia, mientras el gobierno del Estado se quedaba en Madrid, haber ubicado en Barcelona otras instituciones de ámbito nacional español, incluso, tal vez, el parlamento nacional, cuando las encuestas daban en Cataluña sólo un 10% de particularismo nacionalista? Sin duda vivimos un momento de acentuado particularismo. Cada vez es más difícil conseguir la solidaridad entre grupos sociales o entre las diferentes comunidades autónomas, y, según los datos estadísticos, las diferencias sociales se han incrementado en los últimos años en España. Este particularismo disgregador se manifiesta, en nuestro país, sobre todo, en la creciente gravedad del problema catalán, y, en el exterior, en el extraño liderazgo de Trump, presidente de los Estados Unidos, dispuesto a negar el gran consenso científico sobre el cambio climático, con tal de "pañar" un puñado de dólares más para el país más rico del mundo. Un incremento cualitativo en la integración europea podría ser la respuesta adecuada al particularismo de los nacionalismos y a las mentiras de los demagogos en la política.

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