Vistos los resultados y que en un primer análisis el bloqueo no solo no se ha resuelto, sino que se ha enredado aún más, las elecciones sólo tienen perdedores (algunos más que otros) y un claro ganador: el miedo, con el que muchos votantes le han enviado a la ultraderecha el mensaje de que ponga orden en España como solo ella sabe hacerlo.

Ha perdido Pedro Sánchez porque en su condición de «estratega visionario» no solo no logra aumentar la suma de las izquierdas. Peor: han sacado menos apoyos. Pierde Pablo Casado porque se ha dejado comer el terreno por los ultras pese a la hecatombre de Ciudadanos y queda lejos de los 100 diputados. Pierde Pablo Iglesias, que pudo gobernar con los socialistas pero no quiso y ha terminado desangrando un proyecto ilusionante ya descabezado de las mentes brillantes que un día contribuyeron a su creación (Bescansa, Errejón,...). Pierde Ciudadanos, el que más. Su líder, Albert Rivera, histriónico y perdido toda la campaña, camina hace meses por el panorama político español como un boxeador sonado, haciendo el ridículo, lanzando queroseno a las barricadas ardientes del independentismo catalán, insuflando vida al españolismo torpemente entendido por Vox. Pierde el nacionalismo moderado del PNV, de Compromís o de los canarios, cuyos resultados poco parece que puedan aportar a la gobernabilidad de este país. Pierden el desbloqueo, la estabilidad, la confianza, la economía. En suma, pierde la sociedad española, que a estas horas se halla igual de desconcertada que antes del cierre de los colegios electorales.

Y vence la ultraderecha, que duplica resultados. Dicho de otro modo: triunfa el miedo. Gana el miedo a la inmigración, el miedo al empoderamiento de las mujeres, a las reformas sobre violencia de género, a los homosexuales y a las lesbianas, el miedo a la derecha moderada, al centro y a la izquierda en todas sus facetas. Gana el miedo a Cataluña, a unos separatismos que, de facto, impiden la propia Constitución del 78. Se impone el terror a la participación, a la diferencia, a los cambios sociales y a los avances legislativos. España no es un país de cobardes, pero el auténtico voto del pavor era éste, el entregado a Vox, y no el que se presumía a los grandes partidos . Desde la sedes nos dirán que ha ganado la democracia, pero no. Ha triunfado la desconfianza, el racismo, el machismo asqueroso y la intolerancia recalcitrante, jaleado todo ello por sus líderes sin apenas contestación entre los demás opositores.

A por ellos, que son pocos y cobardes, decía Loquillo en un álbum de hace más de tres décadas, cuando este país respiraba un aire de libertad más limpio. Cobardes, sí, pero no eran pocos. Entre todos hemos metido el miedo en el cuerpo a una parte importantísima del electorado. No se engañen, no hay que ir a por ellos. Hay que pedir cuentas a las demás formaciones, a las que se presumía experiencia en democracia y han llevado a España camino de no reconocerse a sí misma.