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Tomás Mayoral

¿Hasta cuándo?

Los electores han castigado con distintos grados de dureza a todos los partidos que no fueron capaces de llegar a un acuerdo para formar gobierno, una prueba evidente de que el nivel de exigencia de esos electores en cuanto a mínimos de gobernabilidad está muy por delante de lo que las formaciones están dispuestas a asumir. Queda para los anales el hundimiento de Ciudadanos, que paga cara la repentina sobreactuación derechista de su líder, Albert Rivera, con 47 diputados menos y tres millones de votos perdidos, señalándole la puerta de salida a su fulgurante carrera política. Pero no es menos duro el tropiezo del presunto ganador, Pedro Sánchez, cuyos tres diputados perdidos son poca cosa si se compara con el millón de votos que la abstención y el hartazgo, o el cansancio (él debe entenderlo bien), le han restado con respecto a la convocatoria de abril. Completa la lista de damnificados del 10-N Pablo Iglesias, que se deja siete diputados y casi 700.000 votos y al que le queda el consuelo de que la «operación Errejón» ha sido el menor de sus problemas.

Crecen las derechas a costa del despeñamiento de Rivera, pero de forma desigual. Es cierto que Casado se recupera, 21 diputados y 700.000 votos más, pero es una victoria pírrica si se compara con la explosión patriótica y patriotera de la extrema derecha de Vox. Abascal es el gran ganador de esta repetición electoral y se convierte con sus 52 escaños y un millón más de votos en tercera fuerza política del país y en un factor distorsionador de primer orden. Posiblemente, su único objetivo. La dimensión de su grupo en el Congreso le abren las puertas a presentar recursos de inconstitucionalidad a todo lo que se mueva de su chata visión del mundo y la política, pero también bloquea al PP ante cualquier posible pacto de estado, entendimiento o abstención táctica con el PSOE. No tiene Casado muchas razones para alegrarse de que Vox haya crecido en Andalucía y ganado en Murcia, dos de los pactos a tres bandas bajo el espíritu de Colón, pero tampoco de que el único que haya conseguido frenar el vendaval Abascal, que rentabiliza mucho mejor que él la debacle naranja, sea Feijoo en Galicia.

Todo esto contribuye a empeorar considerablemente el panorama de bloqueo, con lo que resulta difícil entender el absurdo de esta repetición electoral. Si difícil era antes, ahora se torna en casi imposible. En sus primeras palabras anoche, Sánchez parecía seguir sin darse por enterado de que la gravedad de la situación es aún mayor que en abril. Más de una cuarta parte de los diputados que se sentarán en este nuevo Congreso son abiertamente «antisistema», ya sea porque quieren cargarse el país para desgajar Cataluña, ya porque quieren cargarse los pilares del modelo que nos ha traído hasta aquí. Si lo único que Sánchez tiene en su menguado morral de recursos políticos es la amenaza del caos y él como única solución llega doblemente tarde.

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