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Juan José Millas

Dios nos asista

Padecí en la mili a un capitán que se tenía a sí mismo por un gran estratega. Le gustaba jugar a las guerras, claro. Lo suyo es que hubiera jugado con muñequitos, pero como disponía de seres vivos -los soldados- a los que podía tratar como peleles, se pasaba el día urdiendo batallas que le copiaba a Napoleón o que surgían de su propio caletre, tras la ingestión de media botella de coñac, al que era asimismo muy propenso. Disfrutaba vistiéndonos de guerrilleros para tomar posiciones enemigas plagadas de nidos de ametralladoras. Había en este gusto por el vestuario unas inclinaciones perversas, como las del señor mayor que juega con los vestiditos de la Barbie. Pero era nuestro capitán. Además, en la mili se veían cosas que nunca creeríais, de modo que le obedecíamos sin rechistar por miedo a pasar el fin de semana en el calabozo, adonde nos hacía visitas inquietantes.

Un día, nos mandó disfrazarnos de camuflaje para ganar una guerra imaginaria que no tenía ni pies ni cabezas. Lo recuerdo inclinado sobre un mapa de la región en el que había señalado los puntos a conquistar por las patrullas que formábamos el contingente aliado. En esto, debido a un movimiento brusco, derramó sobre el mapa la taza de café con leche que le acababa de servir el recluta camarero. El líquido se extendió por los valles y ríos, anegó los prados y dejó el plano hecho un desastre. ¿Qué ocurrió entonces? Que el capitán fingió que no había ocurrido nada y siguió señalando nuestros objetivos sobre aquel pedazo de papel totalmente ilegible. Como es lógico, el resto de los asistentes hicimos como que el café con leche continuaba en la taza, porque a un capitán no puede ocurrirle tal desastre, y simulamos también que todo estaba en orden. Perdimos la guerra ficticia, claro, por lo que fuimos arrestados. Nos libró del fusilamiento el hecho de que nos halláramos en tiempos de paz.

En esto pensaba yo la noche electoral, en el mapa político, casi ilegible, que había quedado tras el escrutinio. ¿Pero qué han hecho nuestros generales frente a la calamidad provocada por ellos mismos? ¿Han dimitido? ¿Se han cortado las venas? ¿Se han colgado de las lámparas de sus despachos? En absoluto. Fingen, como mi capitán, que no ha pasado nada.

Dios los asista y nos asista.

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